EL TACÓN DE SÓCRATES

La transición a cogotazos

POR PACO MERINO

Que el Córdoba necesitaba ganar en cualquier sitio y de cualquier forma era algo que sabían todos entre los muros de El Arcángel, un lugar donde huele a pólvora, bilis y miedo. Y ahora, por fin, se ha dejado sentir el dulce aroma de la victoria. Hacía ya tiempo que se había dado por terminada la colección de comentarios comprensivos, de palmadas de ánimo al simpático recién llegado al que le caen encima novatadas y guantazos sin que sepa bien de dónde. Ya se ha sacado de encima esa losa. Cuarenta y dos años después, el Córdoba gana un partido en Primera División. Como en aquel célebre anuncio de una campaña de abonos del Atlético, se levantó simbólicamente la tapa de una alcantarilla y apareció, con su indefinible y cambiante «look» de poligonero fino, el argelino Nabil Ghilas para decir: «Hemos vuelto». ¿Para quedarse? Eso parece, a tenor de la poderosa activación de toda la maquinaria emocional del cordobesismo: las redes sociales hierven, el club se desvive por hacer un guiño a sus fieles con estrategias de marketing y los jugadores pueden, de una buena vez, aspirar el aire como ganadores.

El Córdoba lo hizo. Y no en cualquier sitio ni de cualquier forma. Venció en San Mamés a un enrachado Athletic Club y enseñó una estampa competente. Todo el mundo del fútbol volvió la mirada hacia este equipo del sur al que nadie conocía, que a nadie ganaba y que parecía tener como destino la intrascendencia —cuando no un papel casi risible— en la élite del fútbol español. Uno no pertenece a un sitio hasta que no lo demuestra. Puede estar ahí, pero no consigue evitar que le miren como a un advenedizo o un impostor. Ya no. ¿Ha nacido un nuevo Córdoba? Quizá eso sea mucho decir. Pero si hay que decirlo, se dice y no pasa nada. Ya hubo algún futbolista, tras el gozoso evento en Bilbao, que declaró que este episodio le recuerda al de Gijón en la pasada temporada. Una frase profunda que, por esas cosas del fútbol, no comprenderán una gran parte de los hombres que a día de hoy están en la nómina cordobesista. Son nuevos. Vinieron después de los dolores. Lo de Gijón, por si hay algún desmemoriado, es lo siguiente: el Córdoba estaba, en el fondo y en la forma, más cerca de la zona de descenso a Segunda B que de otra cosa a falta de diez jornadas para el final del pasado campeonato en Segunda División. Fue al Molinón, donde nunca había ganado, y sacó los tres puntos. Desde aquel día sólo perdió una vez, tras un error y en el descuento, y acabó como todos ustedes saben: ascendiendo a Primera División. Una mutación increíble. ¿Podría suceder algo así ahora? Quién lo sabe. A veces uno reacciona cuando ya no puede estar peor. Cuando siente —aunque incluso no sea así— que ha tocado fondo.

El personal tenía ya el orgullo golpeado. En ciertos casos, hasta pisoteado. La trayectoria de los blanquiverdes entraba peligrosamente en el terreno de tragicomedia. Hasta el mismísimo Djukic habló en la sala de prensa de «chiste» no hace demasiado tiempo a propósito de un gol recibido por el Córdoba, poco menos que un guiñapo futbolístico al que todos hacían destino de sus mofas. Alguien debió decir en el vestuario que ya estaba bien de todo esto y alguien debió hacerle caso. La cuestión es que un resultado cambia la percepción de la realidad. La impagable infantería blanquiverde que cantaba «sí se puede» en las gradas de San Mamés asumió la portavocía de un sueño imposible. Cómo son estos cordobesistas. Sólo necesitan una emoción sincera y real para abrazar un sueño. Todos somos más guapos después de una victoria.

De momento, hay un tópico tonto que ahora se recita como una letanía: «Ni antes éramos tan malos ni ahora somos tan buenos». Pero la gente ya no se cree esas cosas, que suenan a postureo rancio. Lo que realmente le pone los biorritmos a tope a los sufridos cordobesistas es mirar la clasificación y ver el impacto que ha tenido, más allá del subidón anímico, la hazaña de San Mamés. De ser colista en solitario, el Córdoba ha pasado a situarse en la antepenúltima posición y, además, con los mismos puntos que el Almería, que está fuera de descenso. Los seguidores miraban a Ipurua este lunes esperando que el Eibar machacara aún más de lo que lo hizo (5-2) a un Almería destartalado. Por un «golaverage» de dos tantos no ha salido el Córdoba de las posiciones de descenso. Ya hay tres equipos que no tienen más que los de Djukic. No es ninguna tontería. Y el sábado que viene llega a El Arcángel un rival directo, el Levante, entrenado por un tipo inolvidable: Lucas Alcaraz. Si el «reino» no revienta es porque no queda sangre en las venas. Y no parece que ése sea el caso. Señores: bienvenidos a la Liga. Esto va a ser divertido.

La transición a cogotazos

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