Universidad indescifrada

POR JULIO ALMEIDA

Hasta cuatro miembros de la Real Academia Española han declarado sin rebozo cuán difícil resulta hoy por hoy la docencia en la universidad. Para Carme Riera, la degradación data de 2005 más o menos. Guardo una breve entrevista en el Semanal de ABC, del 26 de diciembre de uno de esos años en donde Manuel Seco, autor de útiles diccionarios, cierra la charla: «El ambiente en las clases es muy inadecuado para que la enseñanza sea eficaz, por muy buenos que sean el profesor y algunos alumnos.» A un siglo de la fórmula celebérrima «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo» (Ortega, 1914), ¿qué mal ambiente estorba a la enseñanza hasta el punto de que egregios profesores, cuando se jubilan y salen del cerco, diagnostican la universidad como cercada y en situación de naufragio?

Si empezamos por el aire acondicionado, primera condición indispensable, baste recordar que no hace mucho, el servicio de Mantenimiento aún ajustaba a 20 ºC la temperatura del aula el año entero. Y en verano, sin transacción ni clemencia, el aire fresco quedaba burlado por el arte de una gente bastante inexacta: o helados o la sauna. Un día protesté enfadado para objetar que no era posible dar clase a tan baja temperatura, y abrir las ventanas es un arreglo inmoral y un desarreglo acústico. Lo logré a duras penas y ahorramos dinero. Escribí en esta página «Salarios y enchufes» (el 28 de julio de 2006) para corregir algo de «The Sociology of Education», un legible manual cuya autora, Jeanne Ballantine, estima que la temperatura ideal para dar clase se halla en torno a 20 grados; porque eso vale en invierno —Distingue tempora et concordabit iura— pero en verano lo mejor es 24. Ello es que al año siguiente un titular de ABC (7 de julio de 2007) dice que «El Gobierno se quita la corbata y fija el aire acondicionado en 24 grados». El presidente Zapatero acierta esta vez. «La temperatura mínima en los edificios públicos del Estado se limita a 24 grados desde el 1 de junio hasta el 30 de septiembre.» Si se dijera «la temperatura se establece a 24 grados en verano» quedaría más claro. Este año el calor duró hasta los Santos. Dispuestos los 24 veraniegos, el único problema radica ahora en una pegatina inverosímil que manda a los bedeles poner 26. ¿Quién niega siempre? 20 o 26, la mala pasada se mantiene vigorosamente.

Hace muchos años —era yo maestro nacional— el alcalde de cierto pueblo se negó a darnos luz eléctrica para enchufar nuestro brasero particular y calentar a los niños en el invierno sevillano. En el Ayuntamiento, con sus braseros encendidos, ayudados por una inspectora alucinante, negaban de plano que los niños tuviesen frío. Hube de llegar al gobernador civil para que ordenase al delegado de Educación que nos arreglara el problema, y para mayo tuvimos un aparato de calefacción en cada aula. Yo tenía cincuenta varoncitos espléndidos de 1.º (el número límite que estableció José de Calasanz en Roma para sus niños pobres) y así me lo pagaban. Ahora disponemos de aparatos en ambas estaciones, pero por fas o por nefas las cosas no funcionan, bien por lo que digo, o quizá porque los señores bedeles (como la gente de aquel Ayuntamiento) no comprenden que alumnos y profesores deban estar a gusto en el aula. Y si en verano hay sauna, en el invierno, aunque la orden de 20 subsiste, manos indiscretas disparan en enero a 30 grados la calefacción en el último minuto para que el aula se caliente antes, en lugar de hacer las cosas con la antelación debida, con el celo propio.

Propiedad: es lo que se echa de menos. Desde hace un decenio o poco más el ambiente se ha enrarecido hasta hacer naufragar nuestra Alma Mater. Alguien ha instigado al PAS (personal de administración y servicios), si no se lo han imbuido entre ellos, para confundirse con el PDI (personal docente e investigador: profesores), y como ya hay casi tantos en un sector como en otro, un profesor emérito habla de «pasificación» de la Universidad española. Por extraño que parezca, nuestros alumnos se sientan en aulas que carecen de pasillo central y de caminos laterales, como tienen los teatros griegos y romanos, las iglesias, los cines. Al sugerirlo hace años, me dijeron que los bedeles y las limpiadoras no querían, que hay que consultar al profesorado (?), y los estudiantes se sientan en largas filas que sólo tienen entrada al margen. Cuando finalmente mostré que todos los profesores y profesoras consultados sin excepción estaban de acuerdo, se hizó una brecha minúscula en un aula inmensa. Todo esto es impropio, lacerante, demoledor. De modo que más que universidad cercada, yo diría universidad indescifrada, urdida con otras claves.

Universidad indescifrada

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