Los fusilamientos del 6 de diciembre, como todos los años
Como las castañeras en otoño, pacientes a ver quién pica, la izquierda y los nacionalistas siempre vuelven por diciembre para pintarnos la Constitución como poco más que un papelucho
DE los últimos cinco, no hay otoño que se libre del retoñar zascandil de los partidarios de reformar, cambiar, alicatar hasta el techo o incluso destruir la Constitución Española, una brigadilla multipartidista empeñada en colocar al texto peor fama que la comida de hospital, algo que se engulle de mala gana y porque no hay más remedio. Se trata de una labor de descrédito coral a la que no solo contribuyen los nacionalistas, los republicanotes o la extrema izquierda antisistémica, sino en la que, por desistimiento en la defensa, también colabora el centro-derecha. Anteayer, sin ir más lejos, en el acto central que conmemora el aniversario constitucional, y en pleno arreón independentista, solo consintieron pasarse por las Cortes para echar una mano cuatro presidentes autonómicos (los de Aragón, Galicia, Murcia y Comunidad Valenciana). Cuatro de diecisiete, poco más del veinte por ciento. Así es muy difícil.
Se ha instalado en parte del arco político, con inmediata traslación a sus terminales en los medios, que es el momento de modificar el texto vigente desde 1978 para adaptarlo a los tiempos que corren y para que puedan refrendarlo los españoles no nacidos o menores de edad aquel 6 de diciembre de hace 36 años. «Así la sentirían suya y se acabarían los desafectos...», rematan el supuesto argumento, una de las simplezas más notables escuchadas últimamente en el hemisferio norte.
Veamos. Este diciembre, la Constitución de Estados Unidos cumple 227 años, y nadie pide allí que se cambie, se vuelva del revés o se someta a referéndum, aunque parece difícil que haya vivo alguien que la votase o ratificase el día que se alumbró. A este batallón, anegado ya de asombros, le produce cierta envidia la admiración y respeto que los estadounidenses muestran por la Carta creada por sus «padres fundadores», que pese a tener más de dos siglos sigue guiando el edificio jurídico de derechos y libertades en esa nación. En todo este tiempo, sus siete artículos y sus secciones solo han recibido veintisiete enmiendas de apenas un párrafo. La última fue en 1992 y la anterior se remonta a 1971, siete años antes de que naciera la Constitución Española, que consta de 169 artículos, un preámbulo, cuatro disposiciones adicionales, nueve transitorias, una derogatoria, una final, su camisita y su canesú.
Pese a ser tan elástico, prolijo y multidireccional el texto español, se insiste en que hay que meterle mano a fondo. Independentistas, republicanos, federalistas, regionalistas, antitaurinos, ecologistas... Cada uno con sus cosas. No hay agrupación de españoles que no quiera enmendar la plana a la Carta Magna, aunque haya procurado el periodo de paz, concordia y prosperidad más prolongado que España haya conocido. En primera línea de tiro en esta lapidación están los nacionalistas, pese a que las autonomías tienen gracias a la Constitución más competencias y poder que la mayoría de los estados federales del mundo. Algo más atrás, pero también con dos pedruscos en las manos, aguarda el nuevo líder el PSOE, Snchz, sin vocales y contagiado de la fiebre lapidaria pero sin saber aún qué apedrear.
«Nosotros, el pueblo...», comienza diciendo, en apelación conmovedora, la Constitución de Estados Unidos. Visto el ruralismo político que impera en la facción reformista de aquí, lo mejor es que encabezaran el nuevo preámbulo así: «Nosotros, de pueblo...». Sí, todo bastante pueblerino.