La fiesta soñada por el cordobesismo
El equipo blanquiverde y su afición respiran y disfrutan gracias a un triunfo histórico y a tres puntos que les permiten creer en la permanencia
Qué poco hacía falta para cambiar el sentir de una ciudad. Bastaba con tres puntos. Pero cuánto costó lograrlos... Durante 13 jornadas lo había intentado el Córdoba. Marcar, resistir, ganar. Un ritual que sólo ejecutó, completo y a la perfección, a la decimocuarta intentona, en la «Catedral» y ante un equipo de Liga de Campeones. Tuvo que ser en el más difícil todavía; del modo que más se ajusta a la idiosincrasia de un club que ha cimentado su grandeza con gestas inesperadas, pequeñas o inmensas sorpresas que le recuerdan cada cierto tiempo a quienes pierden la fe que nunca deben dejar de soñar en blanco y verde.
La euforia estaba justificada. Unos mil valientes la vivieron en el epicentro. Bilbao tomó un poco de Gijón y otro tanto de Las Palmas. Las calles vizcaínas, los alrededores de San Mamés, las sociedades gastronómicas y los bares de «pintxos»; los colores cordobesistas se hicieron dueños de un escenario soñado. El señorío de la afición local fomentó una fiesta cargada de motivos. El conjunto califal dejaba de ser colista. Rompía una racha que llevaba camino de convertirse en la peor de sus seis décadas de existencia. Demostraba y asumía que tiene capacidad para salvar la categoría.
Los futbolistas se desprendieron de una losa que había estado a punto de hundirlos en un pozo sin retorno. Las lágrimas que algunos derramaron en el vestuario de San Mamés ni siquiera eran producto de una felicidad pura. Se mezclaba la alegría con el alivio de un grupo en continuo entredicho. Los tres puntos devolvían el rumbo a un equipo que vagaba desubicado y sin norte en la Liga de las Estrellas. Ahora ha descubierto qué camino le puede llevar con éxito a la meta. Ya sabe cómo ganar.
Todo ha cambiado y, de algún modo, sigue igual. La permanencia todavía exigirá al Córdoba muchas actuaciones como la que cuajó frente al Athletic y, muy probablemente, algunas se quedarán sin premio. La constancia será vital para que la plantilla blanquiverde exprima hasta la última gota de su calidad en las 24 jornadas restantes. Lo tiene claro la afición. Por eso estalló para celebrar el golazo de Ghilas y rozó el éxtasis con el pitido final; pero sin llegar a borrar nunca de la mente una palabra que la acompañará, para lo bueno y lo malo, durante otros seis meses: salvación.
Ayer no hubo recibimiento en Las Tendillas, pero casi. La idea nació en las redes sociales como una broma, aunque incluso quienes la plantearon tenían de alguna manera presente un logro que no debería quedar eclipsado por objetivos ni clasificaciones: el Córdoba había hecho historia al conquistar por primera vez una de las plazas más emblemáticas del fútbol español. Nunca había conseguido arañar siquiera un punto al Athletic en sus ocho visitas al viejo San Mamés. Una le bastó para saquear el nuevo templo rojiblanco.
No sólo los aficionados dieron en Twitter rienda suelta a su imaginación. También hubo lugar para el agradecimiento y las felicitaciones de los futbolistas. La noche fue redonda para Juan Carlos, Luso Delgado o López Garai, que pudieron celebrar con un abrazo a sus familiares la sufrida victoria. El centrocampista vasco resumió después un dogma que parecía haber olvidado el Córdoba: «Querer es poder». El equipo había recuperado dosis impagables de confianza, algo que derrochó, pese a perderse el partido por sanción, Fede Cartabia en su mensaje: «La primera [victoria] de muchas».
El detalle de Ferrer
Aunque, cosas del fútbol, las frases más significativas no llevaron la firma de un cordobesista. No, al menos, de uno de nómina o de cuna. Las escribió, en la mañana de ayer, Albert Ferrer, el entrenador que comenzó la temporada al frente del banquillo califal. «Felicidades al Córdoba por su primera victoria en Primera», comenzaba el técnico del ascenso. Un gesto admirable que precedía a una receta que, por sencilla, no perderá un ápice de su valor: «A seguir luchando».