EL PELIGRO DEL AUGE POPULISTA EN LA UE
UNO de los atractivos del populismo son sus mensajes claros y sin aparentes dobleces. Acaban siendo mejor asimilados que las alambicadas teorías de una izquierda que hace décadas que anda en busca de identidad y que los discursos de un centro-derecha que a veces se avergüenza de sus sensatas ideas liberales. La gran baza del partido nacionalista británico de Nigel Farage es precisamente la indudable capacidad oratoria de su líder y el entorno de la crisis, que abona las tendencias egoístas y destroza los ideales de solidaridad. Eso y la torpeza de David Cameron, que para contrarrestar el auge del nacional-populista no ha encontrado nada mejor que dedicarse a legitimar el ideario de Farage con su propia política euroescéptica. Es más, el triunfo de Farage ha sido precisamente lograr que Cameron se comprometa a someter a referéndum la pertenencia del Reino Unido a la UE, que es el mayor error que podía cometer un gobernante británico.
Europa es una realidad que ha permitido medio siglo de paz y prosperidad en un continente que tenía por costumbre empezar una guerra en cada crisis económica. Solo por eso, Farage debería bendecir a diario la bandera de la UE. Sin embargo, ese populismo, del que casi ningún país europeo (incluido España) parece librarse, se dedica a criticar e intentar acabar son las instituciones comunitarias que le amparan. Es tan sencillo como culpar de todo al sistema. Unos esgrimen su nacionalismo; otros, alcanforados preceptos ultraizquierdistas que prometen arcadias nunca logradas; y otros, xenofobia o exclusión. Son caras distintas de la misma moneda, políticos de aluvión que tratan de medrar en la crisis y que no ofrecen soluciones fiables, solo queja.