VIDAS EJEMPLARES

LA FAISANERÍA

LUIS VENTOSO

El ensimismamiento provinciano se diluye en el gran mundo

ERIC Clapton tiene ya 69 años. La erosión del tiempo ha acabado dándole un aire de profesor de arquitectura, o de catedrático de botánica. Pero hubo un tiempo, a mediados de los sesenta, en que era una deidad eléctrica. La primera pintada apareció en la estación del metro de Islington: «Clapton is God», concluía, saludando las habilidades del impresionante guitarrista de Cream. Luego, el lema se repitió en paredes de todo Londres y es leyenda.

A finales de los sesenta, Clapton vivía en el último piso de «The Pheasantry» (La Faisanería), una pequeña mansión llena de solera en la calle más comercial del barrio de Chelsea. La casa tiene historia. Probablemente debería ser un museo. Pero es una pizzería (por fortuna, sabrosa y no cara). El edificio se construyó en 1776. La prohibitiva y glamourosa Chelsea era entonces un barrio campestre. La vivienda debe su nombre a que allí se criaban faisanes para las cacerías del Rey. En el siglo XIX fue reconstruida con un cierto gusto helenizante, como todavía atestiguan las columnas y esculturas de su atrio, hoy terraza con sombrillas de la pizzería. La colección de ilustres que han pasado por allí es sorprendente. En 1900 era la residencia de Eleanor Thornton, probablemente la primera top model de la historia, la musa que posó para «El espíritu del éxtasis», la figurilla de una mujer desnuda que corona la proa de los Rolls. En 1916 se convirtió en la academia de la bailarina rusa Serafina Astafieva, una elástica beldad, ensalzada en un poema de T. S. Eliot. En los años treinta pasa a ser un club. Allí hicieron palidecer a Baco el poeta Dylan Thomas, el pintor Bacon y hasta Bogart.

En 1966 la mansión es reformada. En el sótano se aloja un night-club, y arriba, viviendas. El inquilino es Clapton. Toca la guitarra y fuma en alegre con su mejor amigo, el beatle George Harrison, al que le levantará la mujer tras rendir el castillo con un lamento memorable, «Layla». Días de éxito arrollador y bohemia, con Eric huyendo por el tejado en una redada antidroga. Abajo, el night-club se convierte en escenario para grupos en pañales. Actúa el primer Lou Reed, y en 1972 Queen, que no convencen en el angosto sótano de La Faisanería. Luego, será la casa de un pintor de cámara de Isabel II, de un productor de cine… Hasta llegar a la pizzería. Hoy solo un enorme y colorido mural recuerda a los talentos que allí vivieron, destacando un Clapton con camisa psicodélica de paramecios, que pellizca en plena gloria su Gibson SG.

Pedimos unas pizzas con unos amigos y hablamos con alboroto. El camarero, con pinta de pirata vacilón, bromea con una proximidad no muy british. «Eres español, ¿no?». Le preguntamos. «Sí», responde. ¿De dónde? «De Barcelona». Alejados de las mamarrachadas del cansino fanatismo provinciano, existe una complicidad instantánea entre aquel hombre y los comensales, tres vascas y un gallego: todos somos españoles, la fraternidad resulta innegable. Por la tarde, quiere la casualidad que la jugada se repita en una tienda. Es una veinteañera de gafas muy afable, una dependienta que se ha buscado la vida en Londres: «Sois españoles, ¿verdad? Yo también, de Barcelona…». Faisanes y estorninos.

LA FAISANERÍA

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