CONSTITUCIÓN: APLICAR ANTES DE REFORMAR

Antes o después habrá que reformar la Constitución, y, si se hace con la mira puesta en el interés de la Nación y con el consenso de socialistas y populares, será otro éxito como el de 1978

LA Constitución Española celebró ayer su trigésimo sexto cumpleaños en medio de un polémica sin contenidos concretos sobre su posible reforma. Por su carácter normativo, toda constitución puede ser reformada. Negar esta posibilidad es absurdo y sitúa el debate en el lugar equivocado. La de 1978 regula sus propios mecanismos de modificación, más o menos estrictos según el capítulo que se pretenda revisar. En todo caso, la Constitución no quiere que sus reformas sean acordadas por mayorías parlamentarias normales, sino tan cualificadas que, salvo resultados electorales improbables, solo serán viables por consenso entre los dos grandes partidos. Por tanto, antes de lanzar a la palestra pública una reforma constitucional, la condición previa es que el PP y el PSOE estén de acuerdo en su necesidad y su oportunidad.

El presidente del Gobierno reiteró su criterio de que la reforma de la Constitución no es una prioridad de su agenda ni del PP. Para el bienestar de los españoles hay tareas mucho más acuciantes, y entre ellas, la primera, salir definitivamente de la crisis, generar mucho más empleo y dotar al país de un crecimiento que redundará en el interés general. ABC dedica hoy su Primer Plano a analizar las claves de estos tres años de legislatura que han puesto las bases de la recuperación. Medio millón de parados menos, crecimiento del 1,3 en vez de recesión al -1,6 por ciento del PIB, un sistema bancario en franca recuperación tras su quiebra parcial... Y aun así queda mucho por hacer.

Por tanto, el problema es que de la reforma de la Constitución se habla mucho y se concreta poco, con lo que es imposible pretender otro planteamiento que el ratificado ayer por Rajoy. El actual debate sobre la revisión de la Constitución está viciado porque se encuentra vinculado a una satisfacción más o menos encubierta de intereses nacionalistas; es una vía de escape de los socialistas para no enfrentarse a sus contradicciones en Cataluña, razón por la que son incapaces de presentar un proyecto concreto de reforma; y arrastra la inercia revisionista que impulsó Zapatero con su política sobre la memoria histórica. Reformar la Constitución es legítimo; intentar cambiar la historia, no.

Antes de tocar una línea de la Constitución de 1978 hace falta un diagnóstico de sus carencias, condición previa para saber si el problema es de la Constitución o de la forma de dirigir políticamente España. La clase política está muy acostumbrada a anunciar cambios legales como parches a sus propias incapacidades. Con la reforma de la Constitución pasa algo parecido. La fortaleza de la Constitución depende de aplicarla cuando procede, no de cambiarla cuando los nacionalistas la discuten, pese a que les ha dado cotas de poder político que no habrían imaginado ni en sus más intensas fantasías medievales. Antes o después habrá que reformar la Constitución, sin duda, y, si se hace con la mira puesta en el interés de la Nación y con el consenso básico de socialistas y populares, será otro éxito como el de 1978.

CONSTITUCIÓN: APLICAR ANTES DE REFORMAR

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