OPINIÓN
PERDÓN
Cuando quien lo pide es alguien de la Iglesia, por desgracia, se aplica una doble vara de medir
Pedir perdón ennoblece a quien lo hace. Es reconocer que se ha obrado mal delante de quien ha sufrido la mala acción o sus consecuencias. Pedir perdón tiene un enorme valor humano, porque implica un acercamiento de corazón a aquel a quien hayamos podido molestar u ofender. Y a nivel religioso, no digamos. Eso en cuanto a pedirlo, porque otorgarlo ya depende de la generosidad del ofendido. Pero en cualquier caso pedir perdón —si se hace con sinceridad— engrandece a quien lo hace.
Los cristianos tenemos los mismos defectos e inercias que los demás, y sabemos que ni la fe ni el bautismo nos hacen inmunes a la maldad. Empezamos algo tan importante para nosotros como la misa reconociendo nuestra debilidad y pidiendo perdón, que es algo que no hacen los partidos corruptos al comienzo de sus mítines, los sindicatos mafiosos al empezar sus manifestaciones ni las grandes empresas en el orden del día de sus consejos de administración.
Pero pedir perdón es una actitud y un concepto exclusivamente moral: si, aunque se haya pedido perdón, el mal que se hizo en su momento ha tenido una repercusión legal, es decir, ha supuesto la comisión de un delito penal tipificado, la justicia humana debe aplicarse con claridad, rigor y proporción al mal causado. De cara al conjunto de la sociedad no basta con pedir perdón, porque quien haya delinquido, sea quien sea, debe afrontar responsablemente hasta las últimas consecuencias de sus hechos.
La otra cara de la moneda es que, una vez saldada la deuda del delincuente con la sociedad —por ejemplo con la cárcel— el reo queda en paz (legal) y recupera todos sus derechos en el ámbito civil, sea cual sea la gravedad del delito que lo condenó, incluso si interiormente no se haya retractado del mal que hizo ni se muestre contrario a la posibilidad de reincidir. Sin embargo esto último, para algunos —lo he verificado esta misma semana en un diálogo a varias bandas— es aplicable para los asesinos, pero no para personas condenadas por otro tipo de delitos, y me refiero ahora a alguien de Córdoba que está sufriendo esta afrenta. Se ve que hay una doble vara de medir, como siempre que está por medio la Iglesia Católica.