PUNTO DE MIRA

VIDA DE PERROS

FRANCISCO BELTRÁN

Tenemos que desterrar de la montería a aquellos que no saben apreciar el sacrificio y la nobleza de los podencos

PARA los que consideramos a la Montería Española la más sublime de las modalidades de caza, no hay momento más emocionante que sentir, lejano, el latir de un podenco en pos de una res. Ese sonido que va aumentando, unas veces solitario, otras en numerosa algarabía y que, llegado un momento, se confunde con el arrollón de monte de un buen cochino. Ese momento, previo al disparo, junto con otro, cuando ese perro que, valiente, nos ha llevado al bicho hasta nuestro puesto, muerde a la res abatida, se constituye en el éxtasis para los verdaderos aficionados.

Por desgracia, en nuestros días, cada vez son menos los que saben apreciar, reconocer y agradecer la labor de una buena rehala, y muy pocos los que saben del trabajo abnegado de perreros y rehaleros.

Viene todo ello al cuento como denuncia de determinadas actitudes de algunos desaprensivos, que no tienen de montero ni el nombre, y que en su afán depredador obvian las más elementales normas de nuestras maltratada montería. Aquellos escopeteros que disparan sin ton ni son, sin apreciar el peligro que crean para todos los que se encuentran a su alrededor, incluso para los perros.

En la caza, por desgracia, pueden ocurrir accidentes. Pero lo que no se puede admitir, bajo ningún concepto, es la actuación de un canalla que, después de haber descerrajado un tiro a un perro de rehala, se calla, lo abandona y deja morir en el campo.

Eso no es ser cazador y, si me apuran, tampoco es ser hombre. A esos individuos los tenemos que desterrar, entre todos, de nuestra Montería Española, expulsarlos para bien de todos. El que hace eso con un perro, sabiendo que tiene cubierto ese riesgo por el seguro, ¿qué no sería capaz de hacer si la víctima fuera una persona?

Por eso es hora de denunciar estas actitudes. En el campo siempre se sabe todo y que no duden estos delincuentes que, tarde o temprano, se les descubrirá, y se sabrán sus nombres, para su vergüenza y escarnio.

El que no quiera, no pueda o no sepa cumplir las normas, que nos haga un favor, que se quede en su casa, que no montee. Todos lo agradeceremos.

Dedicado a mis amigos, podenqueros y rehaleros, valientes, hombres y mujeres de honor, enamorados de esta bendita pasión.

VIDA DE PERROS

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