HORIZONTE
LO QUE VA DE D’ORMESSON A COLITA
Savall, que es caballero de la Legión de Honor, podía aprender algo de sus superiores en esa institución republicana
LA distancia puede ofrecer la mejor perspectiva para analizar los hechos. Me encuentro en un fiordo en la península de Musandam, frente al estrecho de Ormuz, y aquí he encontrado un ejemplar atrasado de «Le Figaro» en el que se narra la imposición al académico francés Jean D’Ormesson de la gran cruz de la Legión de Honor. Hasta ahí, nada especial. El conde D’Ormesson es el autor francés vivo más relevante, hasta el punto de que dos editoriales simultanean la publicación de sus obras.
D’Ormesson ganó el Premio Luca de Tena en 2002, fue director de «Le Figaro» en la década de 1970 y ha mantenido una vida política muy activa. Gaullista sin pudor, llegó a organizar el mitin de fin de campaña de Chirac en las elecciones presidenciales de 1988, las que supusieron la reelección de Mitterrand. Cuando el año pasado le presentaron al fundador del Partido de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, éste le dio la mano y exclamó «espero que este saludo me transmita un poco de su talento», a lo que el autor de «Por capricho de Dios» replicó: «Yo espero que este apretón de manos no me transmita ni una sola de sus ideas...».
Y, pese a todo, el presidente François Hollande ha querido reconocer la grandeza del autor francés de referencia en la hora actual. Y lo que es más relevante, D’Ormesson estuvo orgullosísimo de recibir la gran cruz de un jefe del Estado del que le separa todo menos una cosa: es el presidente de todos los franceses; él entre ellos. Por eso este grande entre los grandes confiesa que «la Legión de Honor no se pide, no se rechaza, no se matiza». Y escuchándole no he podido menos que pensar en Jordi Savall, el violagambista que ha rechazado este año el Premio Nacional de Música. Recuerdo haber saludado a Savall en un foro hispano-francés. Nos presentó Rodrigo Uría. Creo recordar que fue en Gerona. Savall, que es caballero de la Legión de Honor, podía aprender algo de sus superiores en esa institución republicana.
D’Ormesson se sintió orgulloso de recibir la gran cruz de un presidente al que él había masacrado en sus escritos. Dijo en 2012 que Hollande sería «un excelente presidente de la IV República, o quizá de la tercera», dos grandes fracasos republicanos. «Es inteligente, encantador, culto, incluso espiritual», pero no está a la altura. «No es un Mitterrand: más bien un Guy Mollet. No es Jaurès ni Léon Blum: es Albert Lebrun. No es Clemenceau: es Deschanel», quien se rindió ante «El Tigre» en el duelo de sables que libraron.
Ni François Hollande ha dudado en otorgar al conde D’Ormesson la más alta distinción de la Legión de Honor, ni el académico ha dudado recogerla. Porque es Francia quien le honra. En España hay gentes como Savall o como alguien llamada «Colita» que no pueden comprender el concepto de que «España les honre». Vade retro...