TOCO Y ME VOY

Señales de humo del equipo mudo

POR PACO MERINO

Casi repitió alineación, metiendo en la banda derecha de la retaguardia a Campabadal, un futbolista que a día de hoy es una metáfora viva del equipo que le tiene en nómina. Él da todo lo que tiene. Nadie le podrá reprochar que no se entrega, que no pone los cinco sentidos y alguno más en evitar que los contrarios campen a sus anchas por el salón de tu casa y se sienten en tu sofá y se beban tu mejor whisky y... mejor no seguir. El Córdoba es un poquito así como Campa. Un monumento a la cultura del esfuerzo. Un despliegue de coraje, pundonor y todas esas cosas que adornan al fútbol cuando no hay otros argumentos. Los blanquiverdes compiten, pero no ganan. Tienen la pelota, pero no crean nada. Son como un boxeador que sólo recibe y no pega. Si se queda en pie tiene mérito, pero no gana combates. Van trece jornadas ya y el amago permanente ha hastiado a la afición. El Córdoba intenta hablar sobre el campo, pero está mudo.

Casi empató, que es la máxima cota que ha marcado hasta ahora un Córdoba que progresa. Quizá adecuadamente, pero de momento insuficientemente. Lo que hace no le da para ganar un partido. El Arcángel ya se ha cansado, después de agotar por completo las reservas de paciencia. El cordobesismo lanzó unas cuantas lindezas a voz en grito a propósito de la política de inversión en fichajes del presidente Carlos González. El dueño del club presencia la escena como Nerón tocando el arpa mientras arde Roma. Y aunque Djukic dijo al final del lamentable evento de anoche que él no vende humo, lo cierto es que el olor a quemado atufa en El Arcángel. El serbio ve al Córdoba mejor que cuando él llegó. Seguramente no le falta razón: el grupo no está tan desmadejado y en ciertos momentos hasta ofrece algo de empaque. Pero vive al límite del error. El segundo gol del Villarreal fue «de chiste». Lo vio todo el estadio y lo dijo, con esa misma expresión, un Djukic al que le queda por delante un desafío titánico.

Casi convenció a su gente, que se muestra predispuesta siempre a la reconciliación por grande que haya sido la «charranada» de la semana anterior. Es lo que tiene el amor. Pero últimamente, para desgracia del Córdoba, todos sus partidos empiezan bien y acaban entre mal y fatal. Si lo de Elche tuvo delito, lo de ayer fue una trituradora de ánimos. Fue una andanada de desencanto para una gente que aplaude cualquier cosa. Un pase al hueco de Borja, una salida de balón limpia de Iñigo, una lucha de Ghilas, un recorte de Cartabia... Detallitos. Un sucedáneo del fútbol de alta competición que se echa de menos en El Arcángel.

El aspecto del estadio al final del encuentro ante el Villarreal fue el retrato más fiel de una frustración colectiva. Aún faltaba un cuarto de hora y el personal fue abandonando su asiento en silencio, con el firme convencimiento —basado en hechos reales— de que ver una victoria de su equipo será tan difícil como encontrar a una monja que se llame Jessica. Los que se quedaron hasta el final se desgañitaron contra el palco. Luego llegó Djukic para contar que no están todavía muertos. Buenas sensaciones y malos resultados. Una combinación que ni consuela ni convence.

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