El Arcángel apunta al palco
La grada blanquiverde aprovecha los últimos minutos para pedir con insistentes cánticos la dimisión del presidente
La voz de una afición aburrida y desesperada. El clamor de la impotencia. Cánticos que son himnos a la frustración. Pañuelos blancos. El escenario de un problema que comienza a adquirir una dimensión alarmante; un lugar donde reina el miedo y se apaga la esperanza. El Arcángel se convirtió anoche en un territorio hostil para los culpables. Por primera vez en el año, acusó en masa y tuvo silbidos para todos. Sin embargo, cuanto más clara se atisbaba la derrota, más dio la espalda al césped para apuntar hacia el palco: «¡González, vete ya!». Unanimidad.
El Córdoba-Villarreal marcará el final de una etapa. Un antes y un después entre la temporada de la ilusión en Primera y el año de sufrimiento para no caer de nuevo a la categoría de plata. Trece jornadas sin ganar y siete puntos en el casillero son registros que convertirán los 25 partidos restantes en una lucha contra la lógica. Los famosos 40 puntos que, en teoría, marcan la salvación ni siquiera se contemplan ahora como una posibilidad en la mente de los aficionados blanquiverdes. Ayer perdieron la fe.
No tienen argumentos a los que agarrarse. Ni con Ferrer, ni con Djukic. Ni contra los grandes, ni contra los de «su liga». Los jugadores no ganan. Unas veces les falta un poco de fortuna; otras, una pizca de experiencia; y la mayoría, toneladas de calidad. Eso es algo que llama la atención incluso a los más neófitos en esto del balompié. También para aquellos que acudieron en verano a El Arcángel para abonarse a ese club que acababa de subir a la élite y al que en contadas ocasiones habían visto por televisión. A los más veteranos, por supuesto, no se les escapaba. Todos sabían anoche dónde estaba el problema. Calidad. Algo intangible, pero que tiene un precio que no pagó la directiva en el mercado.
Los improvisados letristas, por tanto, incluyeron en su repertorio calificativos como «pesetero» para referirse a Carlos González, al que pidieron con insistencia su dimisión. Los futbolistas sólo sirvieron de escudo al presidente mientras el partido tuvo algo de vida. Las gargantas califales se habían roto por ellos durante más de una hora. El apoyo es incondicional mientras tiene algo de sentido. Pero el 0-2, en el minuto 70, dividió a la grada en dos grupos poseídos por un mismo sentimiento. El desencanto incitó a unos al reproche y empujó a otros a abandonar un Reino que se quedó desangelado durante el tramo final. Con apenas diez minutos más, una semana antes, el Elche fue capaz de empatar un resultado idéntico. Un precedente cercano para el cordobesismo. No era imposible. Pero la fe ya se ha extinguido ribera del Guadalquivir.
Muy pocos esperan algo bueno de su equipo a estas alturas, pero menos son los que esperan que el milagro nazca en la directiva. Nadie pidió fichajes a quienes mandan. El mercado invernal al que se aferraban los optimistas cuando comenzó a enturbiarse el panorama ya no se ve como una solución. Quienes alzaron su voz —una amplia mayoría— sólo gritaban para que Carlos González saliese del club.
Los hinchas más dolidos apuraron su canción protesta incluso varios minutos después del pitido final. Se resistían a abandonar el estadio en el día que todo cambió. El del final de la paciencia infinita. El primero de una temporada en la que, como la anterior, vuelve a estar González en el punto de mira. Casi una hora después, acompañado por tres guardias de seguridad, salió el presidente de El Arcángel. Quizá preocupado, quizá consciente de esa flagrante carencia que todos le recordaron. La calidad que no pagó.