CATALUÑA, ABIERTA Y PLURAL
El discurso de Rajoy solo será un punto de inflexión en la medida en que cancele las inercias históricas en Cataluña y promueva un nuevo liderazgo capaz de contrarrestar la hegemonía nacionalista
MARIANO Rajoy sabía bien a lo que iba con su viaje a Cataluña. Tenía, ante todo, que lanzar un discurso de reanimación a los compañeros del Partido Popular catalán, confundidos muchos de ellos por la falta de resultados políticos y judiciales contra el desafío nacionalista del 9-N y desmoralizados por unas encuestas crueles con sus expectativas electorales. La intervención de Rajoy, que tuvo lugar en la clausura de unas jornadas sobre buen gobierno local, resultó firme en el fondo y convincente en las formas. Exactamente lo que necesitaban en este momento el PP catalán y su líder, Alicia Sánchez-Camacho, quien emplazó al presidente del Gobierno y del PP a asumir el liderazgo de los catalanes no nacionalistas, a los que normalmente se les califica como «mayoría silenciosa», pero que nadie ha conseguido convertir en «mayoría política». Este debería ser el objetivo del PP y de Rajoy. El cambio político y la supremacía constitucional tienen que ser los pilares de cualquier estrategia que pretenda poner fin a la deslealtad nacionalista. Rajoy no tenía que justificar su viaje a Cataluña con nuevas ofertas a Artur Mas y al nacionalismo. Era el momento de hacerlas a la sociedad no nacionalista, espectador silente y pasivo de tres décadas de pactos y transacciones continuos entre el Estado y la Generalitat, que no han evitado el 9-N. Hizo bien Rajoy en defender la política económica de su Gobierno con los argumentos ya conocidos –y no menos ciertos por ser reiterados–, para a continuación vincular la mejora de la economía española al beneficio que supone para Cataluña ser parte de España. El contenido más efectivo de su discurso fue la relación detallada de todo cuanto el Estado ha aportado en los últimos años a las cuentas catalanas. Sin el resto de España, Cataluña sería hoy una ruina económica sin paliativos.
También acertó Rajoy al reivindicar la pluralidad de Cataluña y negar a Mas el derecho a hablar en nombre de todos los catalanes. Ahora es necesario saber cómo van a gestionar el Gobierno central y el PP esa pluralidad y si aspiran a convertirla en un motor de transformación. El presidente de la Generalitat ha hecho inevitable la confrontación, una vez que las líneas rojas constitucionales fueron desbordadas el 9-N y el nacionalismo planea un corto y medio plazo de pura y simple insurrección separatista. Nada se debe hacer sin la prudencia y el sentido común al que apeló varias veces Rajoy, pero ninguna de estas virtudes justifica dejar pasar el tiempo y privar de respuesta al nacionalismo. El discurso de Rajoy, junto con la presencia de la plana mayor del PP, solo será un punto de inflexión en la medida en que cancele las inercias históricas en Cataluña y promueva un nuevo liderazgo capaz de contrarrestar la hegemonía nacionalista.