VIDAS EJEMPLARES
TARDE
No es Granados, pero debió haberse ido ya en su día
ALGÚN autor, como el profesor Sánchez, mayor de edad en plenas facultades, profesor universitario y eventual jefe del PSOE, cree que la justicia debe entrar en suspenso cuando convenga al chalaneo político. Pero por fortuna tan extraordinaria tesis, que sin duda compartirían de buen grado energúmenos como don Benito y don José –es decir, Mussolini y Stalin–, todavía no goza de universal refrendo. Aunque al profesor Sánchez le desagrade, España es todavía un Estado de Derecho, que es lo que la diferencia de una satrapía o un régimen bananero. Y en el Estado de Derecho intentar atajar la corrupción con medidas efectistas conlleva el riesgo de pisotear algo tan valioso y delicado como la presunción de inocencia.
En el –necesario– fragor regeneracionista se ha llegado a proponer apartar de la vida política a todo imputado. Pero dos ejemplos ponen en solfa esa cirugía. Uno es Acebes, desimputado ayer por Ruz. El otro es el mortificante caso del joven alcalde de Ferrol, de 38 años, que en junio se encontró imputado por una efectista juez de Lugo, que lo acusó de haber trincado 3.000 euros en un cohecho. Tras arruinarle la reputación durante cuatro meses, la jueza, a la que nada pasará por destrozar con su torpeza la honra ajena, descubrió que quien aparecía en una grabación incriminatoria no era el alcalde. Uy, mecachis, me confundí.
¿En qué pueden basarse entonces los partidos para decidir relevar a un político por corrupción? Pues en la ética, en las líneas rojas de la conciencia, que hacen que nos agravien aquellas acciones que mancillan la ejemplaridad que se le supone a todo cargo público. Seamos francos: no hay dirigente que no sepa quién se ha manchado y debe irse. Otra cosa es que quiera asumir el riesgo político y el trago personal de echarlo.
En Japón, Alemania, Reino Unido o Estados Unidos, Ana Mato habría dimitido a comienzos del 2013, cuando un informe policial que circuló por las redacciones contaba al detalle que su familia se había beneficiado de regalos de Correa, algo que al margen de alegar que era asunto de su exmarido ella nunca acertó a refutar. Ayer Ruz ratificó el informe. A mayores, Mato, que llegó al Ministerio como premio por su desempeño como jefa de campaña y cuya relación más cercana con la Sanidad habría sido tener la gripe alguna vez, fracasó calamitosamente cuando encaró un problema serio. Fue apartada y la vicepresidenta se hizo cargo. Con tales antecedentes, enrocarse con ella ha sido un error, que solo daba munición al telepopulismo de Iglesias y devaluaba las palabras compungidas del presidente tras el caso Granados.
Mato no es Granados. Tal vez, en efecto, se vio burlada por la picaresca de su cónyuge. Pero el desdoro existía. En un momento en que la sociedad exige limpieza extrema no podía ocupar un Ministerio. Y eso, que lo entiende hasta el último acólito de la última cantina de Villadangos del Páramo, es insólito que su jefe se negase a verlo. Rajoy, que es gallego y retranqueiro, seguro que conoce el agudo refrán de su tierra: «Amiguiños sí, pero la vaquiña por lo que vale». O dicho en fino: «Soy amigo de Platón, pero lo soy más de la verdad».
Faltan reflejos éticos y un poco de oído en la calle.