UNA RAYA EN EL AGUA
EL PULPO EN EL GARAJE
Casi tan difícil entender es que Ana Mato fuese nombrada ministra como que haya tardado tanto en dejar de serlo
RESULTA casi tan difícil entender por qué Ana Mato fue nombrada ministra como por qué ha tardado tanto en dejar de serlo. Su permanencia en el cargo obedecía a una ley no escrita de la política que impide entregar al adversario cualquier cabeza que éste pueda colgar de una pica, pero su nombramiento desentonó desde el principio en un equipo de pretorianos de confianza y tecnócratas y obligaba a preguntarse qué clase de favores, lealtades o servicios prestados quiso premiar el presidente al incluirla en un grupo de personas de cuya habilidad política cabe dudar pero no de su cualificación ni de sus méritos.
La última y más flagrante oportunidad que tuvo Rajoy para deshacerse a tiempo de su más cuestionada colaboradora fue la crisis del ébola, aquella semana de incompetencia, incertidumbre y pánico que sólo se aplacaron cuando la titular de Sanidad fue apartada de facto de sus funciones y la vicepresidenta se puso al mando. La manifiesta renuencia marianista a los cambios le evitó el cese que merecía cuando salió salpicada en el escándalo de las dádivas gürtelianas recibidas por su ex marido. El jefe del Gobierno se había resistido entonces a destituirla en un cuestionable intento de deslindar responsabilidades y para no achicarse ante la presión mediática y política; error sobre error permitió luego su continuidad tras desautorizarla en la emergencia sanitaria. Así que el problema que dejó pudrir le ha estallado al presidente en la cara en un momento especialmente abrasivo e inoportuno, la víspera de comparecer en el Congreso para debatir sobre corrupción y defender su beligerancia regeneracionista. Y todavía tuvo que forzarle a dimitir, dispuesta como parecía en un primer momento a no darse por enterada.
Durante el último verano, el entorno del anterior ministro de Justicia hizo correr que el sumario Gürtel se resolvería en otoño con un auto digerible en el que el juez Ruz zarandearía al PP con un genérico reproche moral sin señalar con índice culposo a ningún peso pesado del partido ni del Gobierno. Vana y crédula esperanza. El magistrado ha eludido el aforamiento de Mato al no imputarla por delito penal pero la ha estigmatizado como responsable civil y «partícipe lucrativo» de los negocios irregulares de su cónyuge. Los regalos caros, los viajes pagados, los aparatosos cumpleaños infantiles y el célebre Jaguar rodaron ayer sobre la mesa del Consejo de Ministros en la peor circunstancia posible. Ni siquiera el pétreo aguante de Rajoy podía sostenerla un minuto más sin volverse sospechoso de amparo a conductas reprochables. No es tiempo de ambigüedades ni de casuismos ante una opinión pública hipersusceptible y saturada de abusos. Era la reputación colectiva del Gabinete la que estaba en entredicho. La ministra que no reparó en el cochazo aparcado en su propio garaje se había convertido en un pulpo varado en el de la Moncloa.