POSTALES
¿CAMBIO DE MAREA?
El dúo dinámico Sánchez-Iglesias está ayudando más a Rajoy que sus portavoces de prensa
EL 9-N empieza a verse como lo presentó Mas en un principio, guardándose las espaldas: como un «proceso participativo», como una manifestación popular, algo así como otra Diada, sin efecto jurídico alguno, no como el rotundo triunfo del soberanismo nacionalista que proclamó luego. Para contradecirse ahora al decir que necesita ser refrendado por una consulta con todas las de la ley.
Tampoco las cifras –un tercio de participación– avalaban un triunfo rotundo del independentismo. Y menos aún sus consecuencias. Aquella manifestación, sucedáneo, paripé, lo que fuese, en vez de unir a todo el «catalanismo», lo que ha hecho es desperdigarlo. De entrada, los dos grandes partidos que lo encabezan no se han puesto de acuerdo sobre los pasos a dar. CiU quiere elecciones plebiscitarias con lista única. ERC quiere concurrir por separado. Intentan pactar, pero no va a ser fácil. No debaten la independencia. Debaten el liderato del independentismo. Por si fuera poco, Duran se declara no independentista, sugiriendo el fin de su largo maridaje con Convergencia, para retornar al centro que habían abandonado. Resumiendo, la política catalana está tan caótica como la española y la secesión, de momento, se aleja.
A todo ello, Pedro Sánchez nos sale apoyando la propuesta de IU de eliminar el techo del gasto público que él votó en 2011. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Pero no a decir a todas horas que sus rivales se equivocan. Quien se equivocó desde el principio –¿recuerdan el voto contra Schulz en Bruselas?– es él. Por miedo a Podemos. Y nos lo mete a nosotros, porque este hombre viene dispuesto a hacer bueno a Zapatero. Mientras, a Rajoy vuelve a salirle el torazo del caso Gürtel en la persona de su ministra de Sanidad, que ha hecho un favor a su partido dimitiendo. Con la corrupción, tolerancia cero. Y recuerden lo de la mujer del César.
Estamos en un periodo confuso, contradictorio, resbaladizo para todos, España y Europa, Estados Unidos y Rusia, Iberoamérica y Asia. Y es que se está diseñando el nuevo orden mundial tras la mayor crisis económica desde 1929. Habrá que andarse con cuidado para no terminar en lo que terminó aquella.
Nada será lo mismo, y quien se empeñe en que siga igual –como ocurre a la izquierda española– acabará en las sentinas de la historia. Otro tanto ocurrirá a quienes niegan la realidad –como unos nacionalistas, convertidos en la derecha europea–, en busca de la singularidad (eufemismo de privilegios) en un mundo cada vez más interrelacionado. Curiosa esa coincidencia de la extrema izquierda y la extrema derecha, esa nostalgia suya por el pasado y un afán por destruir el presente. Algo nuevo al tratarse de viejos enemigos, pero tampoco tan extraño si se piensa que ambas son dogmáticas, antidemocráticas y utópicas. Es lo que nos permite la esperanza de que no tendrán éxito.
De momento, el dúo dinámico Sánchez-Iglesias está ayudando más a Rajoy que sus portavoces de prensa.