OTRA IRRESPONSABILIDAD SOCIALISTA

El PSOE no solo puso ayer en jaque el único legado responsable de José Luis Rodríguez Zapatero, sino el papel de su propio partido en el esfuerzo conjunto para salir de la crisis

PEDRO Sánchez no ha reparado aún en la responsabilidad que le incumbe como secretario general del PSOE y, menos aún, como alternativa de gobierno a Mariano Rajoy. Sigue instalado en la dinámica del líder juvenil que sobrevuela los problemas, sin ofrecer un solo proyecto definido de lo que quiere hacer con España. Baste el ejemplo de su propuesta de reforma federal, tantas veces anunciada como nunca concretada y que ahora se pone en manos de un grupo de expertos, siguiendo la añeja práctica de confiar el problema a una comisión para que no se resuelva. Ayer, Sánchez volvió a lanzar a los socios europeos el mensaje de que no es un dirigente fiable. Ya lo hizo desentendiéndose del acuerdo alcanzado por sus colegas socialistas de la Eurocámara con el bloque conservador para votar a Jean Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea. Esta vez Sánchez ha roto el consenso de su propio partido con el Partido Popular al votar la contrarreforma del artículo 135 de la Constitución. Este precepto fue modificado con suma rapidez, es cierto, en septiembre de 2011 por socialistas y populares porque había que convencer a Europa de que España iba en serio con el control del déficit público. Y a Pedro Sánchez le debió de parecer bien, porque desde su escaño de diputado votó a favor entonces. Por eso es incomprensible la estrategia del secretario general socialista, pues, pretendiendo afear la política económica del Gobierno de Rajoy, ayer solamente consiguió poner en jaque el único legado responsable de José Luis Rodríguez Zapatero, y además el papel de su propio partido en el esfuerzo conjunto para salir de la crisis. Resulta difícil confiar en un líder que en tres años pasa de apoyar una reforma constitucional imprescindible para España a renegar de ella.

El Gobierno debe tomar buena nota de lo que Pedro Sánchez da de sí mismo: no acepta nuevos consensos con el PP y destruye los que había. La obsesión de la dirección socialista por evitar que su partido sea deglutido por Podemos se ha convertido en la directriz de su política. Sánchez vive al día y lleva a su partido a la irrelevancia, porque es ahí donde lo coloca su ausencia de proyectos para España. Justo cuando España paga los intereses más bajos por colocar deuda, cuando las previsiones macroeconómicas son favorables –sin lanzar las campanas al vuelo– y el empleo y la afiliación a la Seguridad Social mejoran, viene el PSOE y, a un año de las elecciones generales, advierte a los socios europeos de que su opción en gasto público es la de la extrema izquierda. Se entiende así que entre el original de Podemos y la fotocopia que el Partido Socialista ofrece al electorado mucho votante de izquierda elija lo primero.

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