PRIMERA PLANA

TAN LEJOS, TAN CERCA

BALTASAR LÓPEZ

Una mayor aportación de Medina Azahara, vía turismo, a la economía local acortaría la distancia mental que mantenemos con el yacimiento

Como mis dotes adivinatorias son las mismas que las de Sandro Rey, no les hablaré del futuro de Medina Azahara —de si logrará o no el título de Patrimonio de la Humanidad—, sino del presente. El 88% de los restos de la ciudad palatina no es lo único que permanece enterrado. Sepultado yace también su potencial turístico. Porque sólo si la Consejería de Cultura ha estado asesorada por el superagente Nicolasín se entiende semejante desbarajuste en la materia. La única ciudad islámica que se conserva en Europa (siglos X y XI) no sólo no es uno de los monumentos más visitados del continente, sino que ni siquiera es uno de los que tiene más tirón en la capital. En 2013, y no fue un ejercicio excepcional, fue el cuarto, a mucha distancia del tercero: 162.969 personas pasaron por ella frente a 344.250 de la Sinagoga.

Si fuéramos la Estocolmo del sur, nos podríamos permitir el lujo de un desperdicio así. Pero, dado que no es la abundancia en lo que nadamos, sino que más bien estamos con el agua al cuello, no se comprende que tiremos por la borda uno de nuestros mejores activos para captar visitantes. Cultura no termina de vender Medina Azahara como un recurso turístico. Es como si le diera vergüenza hacerlo, como si sintiera que prostituye su vertiente arqueológica por fortalecer su papel de imán de viajeros, cuando lo que le debería sonrojar es haber permitido durante muchos años que la labor investigadora relegara a un centésimo plano su condición de fenomenal gancho para pescar visitantes.

La capital no sólo necesita atraer más viajeros, sino conseguir que se queden más de ese día y medio en el que el tópico dice que se ve Córdoba. Para eso, hay que tener la oferta más amplia para el que arriba aquí. Lo que no tiene ningún sentido es que en la competitiva liga de las urbes del turismo cultural nos hayamos empeñado en jugar con una mano atada a la espalda, amputándonos la ciudad palatina. Y esa puesta en carga debe ir mucho más allá de promocionarla por tierra, mar, aire y estratosfera.

Ha de superar una gestión tan vetusta que cualquier día le hacen una cata arqueológica. Medidas como abrir los lunes o la celebración de actos culturales en la urbe fundada por Abderramán III son fundamentales para desenterrar todo su poderío turístico. No se trata de convertirla en una Venecia omeya, masificada, pero sí de sacar partido de forma racional a un yacimiento en el que las vetas de los viajeros brillan a ojos vista y no se explotan bien. Además, una mayor aportación de Medina Azahara a la economía local acortaría la distancia mental que los cordobeses mantenemos con la ciudad palatina y que parece de 8.000 kilómetros en lugar de los ocho que realmente hay al yacimiento. Y es que lamentablemente, y plagiando al cineasta Wim Wenders, aún es ese monumento que está al mismo tiempo tan lejos y tan cerca.

TAN LEJOS, TAN CERCA

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