CAMBIO DE GUARDIA
ILUSIONISMO
Tal como anda aquí todo, tampoco es tan absurdo que el pazguato sea el Bond, James Bond, a nuestra medida
LA política no se alimenta de verdadero o falso. Solo de verosímil. Un joven de 20 años comparece, en horario de máxima audiencia, ante los televisores. Que son hoy única verdad de lo político: o sea ninguna. E infalibles máquinas de ensamblar creencia. A mí, el reino de la verosimilitud se me hace más odioso que el de la mentira. Dedicarse a la filosofía tiene eso: uno se vuelve un maniático del rigor. También del rigor que rige las complejas estrategias de los grandes mentirosos. Y de los verosímiles diablos que viven de la política.
Pero es el hecho que un joven de 20 años y aire pazguato –demasiado quizá para no parecer fingido– comparece ante las cámaras. Que haya cobrado o no un pastizal a cambio es por completo secundario: las empresas capitalistas pagan en función de lo que obtienen. Si a alguien se le ofrece un dineral por colaborar con una empresa próspera, es que la empresa próspera obtiene mucho más beneficio. No es indispensable –aun cuando ayuda– haber leído a Marx para saber que, en la lógica de la acumulación, la estafa no juega papel relevante.
Y ese joven pazguato es un síntoma. De algo sobre lo cual vale la pena detenerse. A lo largo de un impreciso lapso que no baja de dos o tres años, este que subraya no llamarse Nicolás ha podido asistir a todas las instancias de poder de esta cosa a la que, vaya usted a saber por qué, seguimos llamando España. A mí, cuando leí las primeras narraciones de sus hazañas, me vinieron a la memoria las imágenes que, me imagino, le vendrían a cualquier cinéfilo que se respete: Zelig, el prodigioso personaje al cual un fotomontaje perfecto de antes de la era digital permitió colocar a Woody Allen en planos inverosímiles: junto a Hitler en Núremberg o, en Viena, al lado de Freud. Solo que esta vez no es un fotomontaje. O, por hablar con más rigor, solo que esta vez la realidad toda, y cada uno de nosotros en ella, es el fotomontaje. Un croma de «redes sociales», del cual la realidad ha sido lo bastante extinta como para que hasta una banda de patio de colegio pueda llegar a ser gobierno.
El chico parece listo, me dicen los que lo vieron, me digo yo tras rastrear fragmentos. Pero da igual, la inteligencia es hoy tan innecesaria en política como la verdad. Solo hay poder en la apariencia. Y el juego de la apariencia fue siempre arte primoroso de timadores y prestidigitadores.
De ambos, ha habido siempre. De ambos, los ha habido que fueron eximios artistas: prestidigitadores como timadores. Ilusionistas, en sentido propio. Lo extraordinario ahora es que nadie se atreva a decir a carcajadas que en esta historia hay truco. Y que a todos nos quede en un recoveco de las meninges la sospecha de que, tal como anda aquí todo, tampoco es tan absurdo que el pazguato sea el Bond, James Bond, a nuestra medida, que nuestro MI5 sean los Mortadelo y los Filemón que él describe. Que los altísimos políticos cuyos salones dice haber pisado sean así de lerdos.
Y, entonces sí, la risa se nos hiela. O debería.