Habrá otro primer abrazo

Habrá otro primer abrazo MANUEL LORENZO (EFE)

JOSÉ M. DOMÍNGUEZ

El Córdoba CF aprende otra cruel lección ante el Elche y pasará otra semana en el último lugar de la clasificación

Ayer era el día. Un penalti fallado por el Elche; un gol de Fidel, cedido por el club franjiverde; un disparo del rival al larguero; casi una hora de sufrimiento que por fin merecía la pena... Señales. En el minuto 59, cuando la defensa del Córdoba pedía clemencia, Cartabia cazó un balón pegado a la banda derecha. Sus compañeros respiraban, aunque a la vez quizá le suplicaban por telepatía al argentino que aguantase el cuero y perdiese junto al banderín de córner un buen puñado de segundos. No les hizo caso. Burló a los dos contrarios que trataron de frenarlo, trazó su temible diagonal y convirtió en arengas los pensamientos de todo el cordobesismo. Cuando tiró la pared con Borja, ya nadie se acordaba del reloj. Mano a mano. Gol. El delirio.

Ayer era el día. Cambiaba la suerte. La etiqueta de peor equipo de la Liga ya no pertenecía a los blanquiverdes. Con media hora por delante, el 0-2 convertía al Elche en colista y sacaba de lo más profundo del hoyo al equipo de Miroslav Djukic. Por eso saltó eufórico del banquillo el técnico serbio. Por eso le siguieron sus ayudantes y los jugadores suplentes. Todos corrieron unos metros sin saber muy bien hacia dónde. Miradas fugaces y desconfiadas al juez de línea, vistazos al videomarcador. El silencio sepulcral del Martínez Valero confirmaba la noticia. El Córdoba iba a ganar su primer partido de Liga.

El banquillo al completo se fundió en un abrazo único. La dimensión del gesto sólo podría comprenderse si se tuviesen en cuenta, a la vez, todas las desgracias, justas o inmerecidas, que habían impedido al conjunto califal celebrar un triunfo en lo que va de competición. Habría que revivir, con las pulsaciones disparadas, los sinsabores de once partidos y la agonía de 59 minutos frente al Elche. Aquel abrazo liberó a quienes antes encarcelaba el área técnica. Vació de angustia a unos hombres que perdieron, por unos instantes, el miedo a ganar. O a no hacerlo. El miedo al fracaso, en cualquiera de sus versiones, desapareció entre la felicidad de Djukic y los suyos.

Ayer era el día. Lo tenían claro los protagonistas de aquel abrazo. Sería el primero de muchos, pero era el primero. Nacía de una certeza: el marcador se antojaba definitivo, incluso para el más pesimista. Incluso para el Córdoba, al que le había sobrado con tres meses en Primera para acumular dolor, desengaños y frustraciones. Ayer, después de aquel abrazo, sólo quedaba a los blanquiverdes el irreal confort, una traicionera sensación de paz...

Cuando los integrantes del banquillo retornaron a sus asientos, debieron estirar las piernas y pegar el cuerpo hacia el respaldo para comentar el jugadón de Cartabia. Nada reprochable. Lo normal. Igual que hacen Ancelotti, Illarramendi y compañía, cuando la genialidad lleva la firma de Isco o de Ronaldo. ¿La diferencia? Que la tranquilidad dura mucho menos en la élite cuando la camiseta no es blanca ni azulgrana. Es efímera. Para ganar, por muy fácil que se dibuje un escenario, nunca basta con sesenta minutos.

La repetición del 0-2 se construía con los relatos emocionados de los suplentes del Córdoba, pero se interrumpió de forma brusca. Falta de concentración, desconcierto y penalti absurdo. La tensión, tanto en el banquillo como sobre el césped, ya había desaparecido. Ni siquiera volvió a sus niveles normales tras el gol de Lombán. Y, claro, después llegó el empate. Nada tenía sentido. La primera victoria, la primera sonrisa... Ayer era el día. El primer abrazo inolvidable. Pero el cordobesismo, escarmentado, tendrá que repetirlo. ¿Cuándo será el día?

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