Crítica de ópera
Attila según Verdi
Mereció la pena esperar estos dos meses porque la temporada de ABAO arrancó de forma espléndida con la recuperación de un título muy infrecuente de Giuseppe Verdi, «Attila». El perfil de estas obras verdianas de sus «años de galeras» tiene en común la presencia de libretos infumables, mal construidos, y números vocales cerrados y a veces no demasiado bien yuxtapuestos a los que sólo un reparto de buenas voces consigue dar brillo e interés. Aquí, dejando de lado un exceso de celo en lo que al refinamiento expresivo se refiere, puede decirse que, en líneas generales, los cantantes mantuvieron un alto nivel y notable presencia escénica y vocal.
En primer lugar el Attila de Ildebrando D’Arcangelo, bien planteado musicalmente por el intérprete aunque con algún problema en el primer tramo de la obra. Da plenamente el carácter que el personaje requiere y eso en el panorama actual es mucho. Siempre en primer plano, con un canto vibrante –en el que se echó de menos algo de matiz– Roberto Aronica fue adecuado Foresto mientras que Anna Smirnova cuajó una Odabella que tuvo sus puntos fuertes en la rotundidad vocal y en el registro agudo, un poco menos en cuanto a una búsqueda estilística que hubiera requerido mayor atención a ciertas agilidades vocales que no se dejaron ver. Muy bueno el Ezio de Ángel Ódena, pletórico, rocoso e imponente en su decurso dramático.
Todos ellos tuvieron la complicidad desde el foso del joven director Francesco Ivan Ciampa, verdadera sorpresa de la noche, que llevó en volandas a la sinfónica de Euskadi con una versión de la obra tensa y compacta, con brillo verdiano y un servicio a la partitura encomiable. A él, se debe, en buena medida el éxito de la velada.
La producción, proveniente de la Ópera de la Wallonie y Monte Carlo, estaba firmada escénicamente por Ruggero Raimondi que buscó, sobre todo, ordenar la confusa dramaturgia, y un cierto esteticismo pictórico. A su favor jugaron la opulenta escenografía de Daniel Bianco y la impecable iluminación del Albert Faura, no tanto el vestuario de Laura Losurdo que puede venir bárbaro para reciclarlo en una cabalgata de Reyes Magos.