EL ESTILITA

EL AVIÓN FANTASMA Y EL ESTADO FEDERAL

JAVIER TAFUR

Es la derecha quien debería pedir la reforma constitucional

ESTA semana ha sido pródiga en memeces. Tal es el caso de Pedro Sánchez, que ha convertido su nombre en impronunciable para que ni siquiera intentemos buscarle significado a lo que dice —tan vacuo es su pensamiento que hasta Rajoy se ha dado cuenta de que lo es— y ha dado pie a Susana Díaz para que aplique la gramática parda que tan bien le queda a su condición de casera del cortijo andaluz. Pero la verdad es que hablar de letras muertas en la Constitución cuando tu socio ha soltado como un lastre las vocales de su nombre sugiere, como poco, una tonta asociación de ideas que pareciera subrayar el guirigay mental del secretario general del PSOE y el suyo propio. Lo ha mantenido Alfonso Guerra y lo expresó con precisión hace ya algunos años Txiqui Benegas: Nada hay en en el Titulo Octavo que sea ajeno a la doctrina socialista, sino más bien todo lo contrario. El estado de las autonomías alcanza unos grados de autogobierno y de sensibilidad identitaria que el federal, justamente porque repudia la asimetría, no puede ni siquiera soñar. Es, por tanto, la derecha —in extremis— quien debiera pretender la reforma constitucional, y tal vez en ese sentido federalista que en última instancia igualaría a los territorios nacionales, sometería a los independentistas y acabaría con el grotesco agravio comparativo que implica la distinción entre nacionalidades y regiones. Y lo cierto es que esto podría lograrse fácilmente si se prescindiera de las autonomías y se federaran las provincias, muchas de las cuales, también Córdoba, fueron en su día reinos (tal es la jodienda original e inevitable del condado de Barcelona), pues la provincia es la unidad territorial mínima en el que puede vertebrarse eficaz y democráticamente un estado. Si de verdad fuera posible consensuar una reforma constitucional bajo la consigna federal, sería Rajoy quien debería liderarla a través de la pulcritud y utilidad de las diputaciones. Pero en este caso, España sería un país racional y su presidente del gobierno un pensador activo. Ninguna de las dos cosas resulta hoy probable. Por eso la situación va adquiriendo, cada día más, un carácter prerrevolucionario, donde a la postre parece inevitable que la sociedad española se vuelva a dividir entre los renovados bolcheviques de Podemos —con un Frente Popular ya visible en perspectiva—, ávidos de alcanzar el laurel de la victoria y su comisariado, y los tontos de siempre de la clase media, inasequibles a la proletarización y habitualmente dispuestos a recibir la palma del martirio y su correspondiente paseo por la checa.

Mientras miramos al cielo, no para pedir a Dios indulgencia por lo que nos espera, sino para avizorar un avión fantasma del que tenemos noticia aproximada gracias a que las autoridades han acudido finalmente a las redes sociales para informarse, a través de un tuitero, de lo que por completo desconocían, pensamos en estas cosas que se nos escapan sin ninguna fe en que los políticos puedan dilucidarlas, tal es el estado de desconfianza en que se mueve nuestro mundo. Y, lo que es peor, sin ilusión alguna de que nuestro voto pueda cambiar el panorama.

EL AVIÓN FANTASMA Y EL ESTADO FEDERAL

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