VERSO SUELTO

INOCENTES

LUIS MIRANDA

Muchos cándidos creen que con la Mezquita no hay más que una lucha guay con flores hippies

ESTOS que viven ahora despistados, seducidos de forma primaria por prejuicios básicos que asumieron sin pensar e ideas que les parecen bonitas por ir envueltas en el papel de celofán de lo que les parece tendencia, serán quienes en el futuro tendrán que contar la historia. Lo harán si es que una vergüenza íntima, un pudor de viles engañados, no les hace borrarlo de la memoria, como pasó tantas veces con quienes convivieron con la infamia sin querer darse cuenta y prefirieron decir que estaban en Babia antes que confesar que era más cómodo no enterarse. El día de mañana serán inocentes, gente que no tuvo nada que ver con la vergüenza o con la claudicación, que nunca estuvo de acuerdo y que ni siquiera sabía que por culpa de eso que apoyaron su ciudad entraría en una edad siniestra.

Hoy son inocentes en otro sentido, cándidos de intelecto liviano que creen en los cuentos de hadas de los ciudadanos manipulados y manipulantes que quieren que la Mezquita —«¡Milana bonita, milana bonita!»— «vuelva» a ser pública, como si alguna vez hubiera sido de Estado alguno, y de verdad creen que detrás no hay más interés que una especie de justicia histórica, una lucha bastante guay, librada con flores hippies, para que los curas dejen de ocupar lo que nunca les ha pertenecido. Inocentes como son, se extrañan de que alguien pregunte quién paga esta larga campaña, quién le ha puesto un sueldo a quien rastrea en los archivos en busca de papeles viejos, y si de verdad se toman tantas molestias, como dicen, para que siga siendo Mezquita-Catedral de culto católico.

Los inocentes, que miran con admiración pastueña a los que posan en las fotografías, tan jóvenes y tan a la moda, no creen que haya petrodólares detrás de esta plataforma cansina y trilera, y también piensan que son unos fachas exagerados quienes temen con razones no del todo imposibles que detrás de la campaña esté el Islam teocrático y ahora rico, el mismo que financia paraísos opulentos en un desierto físico y figurado, con muchos oasis para el dinero sin color y una larga travesía de espejismos para la libertad de los seres humanos, y que algo tendrá que ver con los cuchillos que ahora cortan cabezas occidentales.

Cuando se les pase la borrachera y se den cuenta de que las barbas de esos simpáticos musulmanes que quieren rezar no son «hipster», se tendrán que hacer los inocentes y confesar que no tenían culpa ninguna y vivían en la inopia, aunque el camino para quitarle la palabra Catedral y el guión a la Mezquita se haga con su simpatía cómplice y desinformada. Algo de inocentes y crédulos tienen, o quizá de amnésicos que no se acuerdan que los mismitos que ahora están con lo de todos y todas, hace no muchos años daban la tabarra con el rezo compartido e invocaban a San Blas Infante como abogado de su causa imposible.

Los inocentes tendrán que contar la historia porque a lo mejor son los únicos que quedan, después de que el Islam recupere su plaza más querida y Córdoba se llene de peregrinos que no serán tan pacíficos ni tan integrados, y que si tienen más dinero y más hijos y están más convencidos justo es pensar que no se conformarán con el templo, sino que ocuparán hasta el último rincón. Para ese entonces la diferencia entre los que se resistan y los que ahora quieren vender la ciudad apenas será una postura ante la historia o quizá ante un patíbulo: la de los que cayeron o tuvieron que callar al menos pensando que siempre habían visto la verdad y la de los que sólo se dieron cuenta de que habían destruido su propia civilización cuando sus amigos les censuraron internet y les obligaron a meter debajo de un burka las medias de colores.

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