LA FERIA DE LAS VANIDADES

LA CASTA SUSANA

FRANCISCO ROBLES

La casta Susana sabe que sólo hay que ser fiel al amo y señor que marca toda carrera política que se precie

ES un pena que la palabra se haya degradado tanto, y que la casta ya no sea uno de esos nobles atributos que distinguen al toro bravo. Fieles a su sectarismo totalitario y reaccionario, los «telesalvadores» del pueblo han conseguido importar un concepto que debería avergonzar a quien lo utiliza: la casta. ¿Acaso pretenden que nos convirtamos en un remedo de la India, con la ciudadanía dividida en castas? ¿O quieren arrinconar a los legítimos representantes del pueblo a la mísera categoría de los intocables? Más que indignados, son indignos. Un poco más que aquéllos que callan ante el temor a ser tachados de cómplices de la casta.

Es una pena que la palabra casta no se utilice como adjetivo para sumergirnos en una de las historias más bellas y emotivas que se cuentan en la Biblia: la casta Susana. Esos relatos, aunque sean bíblicos, los carga el diablo cuando se comparan con la realidad circundante. La bella Susana fue abordada por dos poderosos ancianos que querían abusar de ella. La espiaron mientras se bañaba y la obligaron a una entrega que no podría rechazar, pues estaban dispuestos a acusarla de adulterio. Cambien los personajes y verán que los paralelismos tienen tela de guasa. Dos viejecillos y la casta Susana, acusada de infidelidad. ¿Infiel al partido la presidenta que se lo debe todo a los que la precedieron y fueron presidentes de la Junta y del PSOE? Buena pregunta...

A Susana no pudieron lapidarla porque los viejecillos se contradijeron en sus declaraciones. ¿Sucederá algo parecido? ¿O será la Susana de hoy quien lapide a sus mentores para revestirse con la juanramoniana túnica de la castidad política? Porque Susana presume de eso... aunque lleve toda su vida en el PSOE. Tan flaca es su memoria, que no recuerda que estuvo en el partido mientras se tramaban las redes clientelares de los ERE, de los cursos de formación, de Invercaria... Susana Yonoestaba es la atleta que corre su peculiar maratón sin mirar atrás, como si el partido que ha encallado en la ciénaga de la corrupción no fuera el suyo. Y como es hábil y del barrio del Tardón, presume de limpiar su casa y de tenerla como los chorros del oro. En ese momento a alguien se le vendría a la cabeza la imagen de Chaves como Don Limpio, antes Mr Propper.

La casta Susana perteneció a la casta de los griñaninis, esos jóvenes que ni estudiaban ni trabajaban y que tanto le gustaban a Griñán porque le permitían destacar sobre ellos. A sus compis de guardería los dejó en la estacada tras recetarles la imprescindible estocada. Y ahora no le temblará el pulso si ha de hacer lo mismo con Chaves o con el mismísimo Griñán. Es la revolución cultural al modo andaluz. Los viejecillos del relato bíblico no pudieron manchar la pureza de la casta Susana, que salió triunfal de la emboscada que le tendieron aquellos ancianos que ostentaban el poder. Los condenaron y ella salió indemne. Ahora puede suceder lo mismo. Porque aquí las fidelidades no se centran en quien te elevó hasta la cima. ¿Fiel al partido? Tampoco. La casta Susana sabe que sólo hay que ser fiel al amo y señor que marca toda carrera política que se precie. Fiel al poder. Por eso sus enemigos, que pretenden expulsar a la casta para hacer exactamente lo mismo, se agrupan bajo las siglas sin siglas de Podemos y acusan a Susana de ser la casta.

LA CASTA SUSANA

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