HORIZONTE

EL ALMIRANTE Y LA BARONESA

RAMÓN PÉREZ-MAURA

No se puede ser un enemigo de lo hispano si se es un baluarte de Occidente como lo fue Margaret Thatcher

DESPUÉS de tantas columnas arremetiendo contra la vigente construcción europea mi admirado Juan Manuel de Prada ha cerrado el círculo ayer en esta página llamando «homicida» y «atila de la justicia social» a las más notoria euroescéptica de nuestros días, la que más ha hecho desde el poder –que es donde de verdad importa– por impedir la construcción de la Europa que Prada detesta y yo deseo. Disparar en todas direcciones tiene cierto mérito, pero también tiene el inconveniente de que acaba uno por no saber de dónde le vienen las balas que tanto parece ansiar.

No me cuento en el número de «todos los españoles» que supuestamente ignoraban la gesta de Blas de Lezo, quizá por tener la ventaja de haber jurado mi nacionalidad colombiana en el fuerte de San Juan de Manzanillo, en Cartagena de Indias, de la que me gusta proclamar que es la ciudad más española del mundo. Pero eso no me impide decir que tan traidora sería la baronesa Thatcher si no defendiese a la Corona británica y todas sus posesiones como lo hubiera sido el almirante Blas de Lezo si hubiera rendido el fuerte de San Felipe de Barajas.

Son ganas de provocar el decir que a Thatcher se le ha dedicado una plaza siendo «enemiga de la Hispanidad, como demostró en las Malvinas». Los matarifes de Galtieri et alii eran sólo unos tiranos populistas y asesinos. Thatcher ayudó a acabar con aquel régimen genocida. Y no se puede ser un enemigo de los hispano si se es un baluarte de Occidente como el que ella fue. Porque hoy, desde el entorno de la legitimidad proscrita, se promueve una visión de la «Santa Rusia» que pretiere lo que supuso el Imperio Soviético, fenecido gracias a tres grandes dirigentes que se atrevieron a plantar cara y a romper el consenso establecido sobre la permanencia del Telón de Acero: San Juan Pablo II, la baronesa Thatcher y Ronald Reagan. Pero ese Imperio del Mal, asentado en las estepas de Rusia, fue la más grave amenaza que tuvo Occidente en el siglo XX. Y para millones de sus víctimas supuso la muerte. Mártires que hubieran vivido si otros hubieran adelantado las políticas que defendía Thatcher.

Tuve el privilegio de mantener dos largas entrevistas con Margaret Thatcher, ambas publicadas en ABC (7-10-1992 y 5-11-1995). Mi admiración por ella venía de esa guerra por liberar las Malvinas (que ciertamente deberían ser argentinas) de los tiranos de la junta militar. Recuerdo como si fuera ayer la emoción que sentí a las 7.30 de la soleada mañana del 15 de junio de 1982: vi ondear la Union Jack sobre el patio de Downside, mi colegio en Inglaterra, y a todos mis compañeros reunirse en oración por los caídos y para entonar el «Dios salve a la Reina» como celebración de la victoria. Yo no siento ningún desprecio por un pueblo que educa así a los suyos. Yo siento una envidia difícilmente contenible.

EL ALMIRANTE Y LA BARONESA

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