PRETÉRITO IMPERFECTO

La mordida

Por lo que representan, aún duele más este penúltimo escándalo de los funcionarios corruptos y las malas hierbas

FRANCISCO J. y POYATO

La manzana está podrida. Cada vez que las fuerzas de seguridad hincan el diente, aparece el gusano amoratado y relamiéndose de la mordida. La operación «Enredadera» ha vuelto a sacar a la luz a otro engranaje del sistema carcomido: el de los funcionarios corruptos. La jueza Alaya y la Guardia Civil, un tándem que cada día que pasa parece más compenetrado e infalible, han puesto nombre, rostro, cifras y pormenores a lo que desde siempre se ha comentado en los pasillos, se ha escondido en un susurro de barra de café o viajaba por los renglones torcidos de un anónimo en una Redacción. Lo que era un secreto a voces, y lo que otros muchos funcionarios honrados y honestos que no pasaron por el aro y jugaron al fuego del soborno, no quisieron denunciar por miedo o falta de pruebas contundentes. Como también ocurre en el caso de los empresarios. O quien sabe si por el temor a la represalia del político corrupto compinchado con el empleado público y el ave carroñera y sagaz del emprendedor del cohecho. O, tal vez, porque resulte más cómodo en este momento de la película mirar para otro lado comiendo palomitas y silbando al techo.

Analizando los hechos incursos en la causa de la operación «Enredadera», tercera fase de la operación «Madeja» que se granjeó en el merca de Sevilla —que en lugar de fruta y pescado acabó vendiendo escándalos al por mayor—, no podríamos pensar jamás que las malas hierbas de las cunetas o las vías del AVE pudieran ser tan fructíferas a la hora del mangazo. Ni tan metafóricas. No es de extrañar, pues, que desde hace tiempo a la mafia siciliana le haya dado por la basura como boyante negocio y lavadero.

Ahí estaba el «arte» de Fitonovo, la sociedad matriz del nuevo escándalo, en las malas hierbas de la cuneta, las vías... y la Administración. Es cuestión de tener ojo avizor y saber dónde están los hierbajos y la hojarasca. Aquellos servidores públicos que nos deben quedar como el último reducto del cumplimiento de la ley, su salvaguarda y el de los intereses de todos, ya que el eslabón político está partido en dos y sin credibilidad en aquellos que son depositores de su soberanía y legitimación democrática. Por eso duele más, si cabe, esta mordida ética, moral, delictiva y cutre. Tan grotesca como el caso del técnico de ADIF en Zaragoza que se vendía por una caja de viagra —tampoco sabemos si ahí acababa la fiesta—. Estamos en sus manos, y tanto ellos como la sociedad, merecemos mucho más y mejor. Máxime, en una coyuntura socieconómica en la que hemos visto a decenas y decenas de miles de funcionarios (maestros, sanitarios, jueces, agentes,...) echarse a la calle a protestar por unas condiciones de trabajo y unos ajustes indignos e injustos. Inmersos, igualmente, en una reforma intensa de la función pública y las administraciones.

Me han contado muchas veces la historia de un funcionario municipal con apodo de nombre de instrumento que hacía por los tardes horas extra en alguna empresa con la que trabajaba el oficio de la mordida. Y lo peor, al escucharla, no era casi el redoble martilleante en la conciencia que producía el zumbido del sistema putrefacto e imperante. Lo más hiriente era la naturalidad con la que se tenía asumido el ruido, hasta para quienes eran los últimos responsables públicos. Claro, así luego llegaron otros a la calle Capitulares que acabaron aprendiendo pronto las enseñanzas del viejo chamán y su conjura, y por ahí andan coleando algunas de sus «hazañas». O por rebuscar en lo más inmediato, recuerden el episodio de las pijotas, los relojes o los jamones porteados a alguna sede pública de esta ciudad por la larga caballera plateada... Cuidado con los gusanos en la cesta de esta Navidad.

La mordida

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