TRIBUNA ABIERTA

Casi perdió su rumbo

Por GRUPO EPIQUEYA y EPIQUEYA ES UN COLECTIVO DE OPINIÓN CORDOBÉS

Una ordenanza municipal no es acto arbitrario sino necesidad objetiva para fomentar la convivencia, la higiene urbana y la salud corporal y mental. Es necesidad común que algunos no satisfacen al incumplir la norma. Generalmente las ordenanzas municipales viven en soledad por su incumplimiento. El transgresor de una ordenanza municipal es simplemente un sordo voluntario, que hace daño a la comunidad y agrava los costes de su higienización. Este transgresor ve en la ordenanza un obstáculo a sus vicios y no la contempla como norma exigida para una feliz convivencia. La ordenanza para los transgresores es una idea extraña, una coerción a su libertad sea una norma sobre ubicación de veladores, sobre deyecciones caninas o del lanzamiento de colillas a la acera y a la vía pública. Las ordenanzas se aprueban en los plenarios de los ayuntamientos y no son red de telarañas, cazadora de comportamientos incívicos.

Es malo que no se cumplan las ordenanzas municipales y pésimo que el transgresor sea concejal de cualquiera de los dos sexos. En este caso se trata de una concejala con mucho poder en un Ayuntamiento. Conducía su coche como vagando, hablando por el teléfono de manos libres, enfadada como si llevara una cruz a cuestas o una pesadilla. Cuando finalizó su conversación lanzó la colilla al asfalto, como quien lanza al ruedo una prenda íntima al torero. No reparó en que acababa de infringir la norma que ella misma había aprobado. No quedó muda por la tragedia que podía sobrevenirle ni quedó achicharrada en la lumbre de su altivez. No le dio un vuelco el corazón al pensar que pudo ser vista por el policía local de turno. Conducía con tal dignidad y dominio que la posible sanción no iba a ser causa de humillación. El tabaco para ella era un modo de tranquilizar sus ansiedades reprimidas y ya no había tiempo para la rectificación pues la colilla rodó por el asfalto alentada por el aire que levantaban los coches. Pensó que si la hubiera observado un policía local hubiera sido mejor darse a la fuga tal como hizo doña Esperanza Aguirre. Los conductores, que fueron testigos de ese comportamiento incívico, creían estar asomados al precipicio de la desvergüenza. Su femenina torpeza, pues se trataba de una concejala, no era victoria ante su falta de ejemplaridad y su alocada actitud sino producto de un error circunstancial. Su corazón ardientemente, su afán desmesurado por la nicotina, le dio la valentía para arrojar el cigarro al alquitrán. Debería reconocer su falta, pagar la multa que estaba estipulada, para que la infracción no fuera dura humillación.

El ciudadano que nos ha relatado este hecho masticaba una cólera sorda, ciega rabia y una impotencia extenuante.

¿Cuántas colillas habrá lanzado desde su coche esta concejala?

Dios pone con este hecho a prueba nuestra capacidad de asombro y nuestro equilibrio entre desencanto e ira, entre duda y confirmación, entre ficción y realidad. Pero el hecho sucedió y a los paisanos que la observaron les paralizó el asombro.

Hay concejales que en coche oficial pasan por calles en dirección prohibida, en automóvil propio entran en sus cocheras en dirección no autorizada y no sólo ellos sino alguno de sus hijos. Quizás sea esa la razón por la que no quieran que la ciudad se inunde de videocámaras.

Esta carencia de ejemplaridad es desafuero febril en algunos concejales que se saltan a la torera las normas de tráfico y las ordenanzas de higiene y salubridad. Con tal actitud se exaspera a los ciudadanos y demuestran su disipación. No desean ser capturados por las videocámaras en tanto que quienes son testigos de su carencia de ejemplaridad caen en la trampa de la nostalgia de aquellos tiempos en los que imperaban normas de urbanidad. Hay concejales extraviados en los oropeles de su poder y pierden el rumbo. La acción de lanzar la colilla al asfalto desde sus manos al volante es la entraña del poder municipal y rebelión del testigo de cargo. También deterioro de la imagen del político no ejemplarizante, generación de discordia y muestra de irracionalidad. Es algo trágico. Esta concejala estuvo a punto de perder su rumbo por atender al cigarrillo que llevaba en su mano.

Casi perdió su rumbo

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