VERSO SUELTO
Mi mamá no me mima
Con la Orquesta, la Junta se porta como una madrastra chunga y egoísta que no reconoce a su hijo
PUEDE que en estos días en que la Orquesta de Córdoba lucha por no morir desangrada alguien haya echado en falta el grito indignado y la firma descomprometida de aquellos que se llaman a sí mismos creadores y que se apuntan a cualquier causa perdida que les adorne bien la solapa de la americana. Al fin y al cabo, lo que pasa se podría interpretar en parte como el conflicto entre padres mal avenidos que no saben qué hacer con una hija guapa que necesita mucho dinero para salir adelante y que aunque sea exquisita tampoco aporta a casa el preciado tesoro de los votos que renuevan cargos.
El elocuente silencio de los artistas y de los escritores tiene que ver con la certeza infalible de que casi todos ellos, y que se salve el que pueda, padecen un complejo de Edipo que les hace ponerse de parte de Mamá, casi siempre generosa con sus agendas y sus cuentas corrientes. Como sucede con los divorcios conflictivos y gracias a unas leyes más bien delirantes, Mamá mola mucho más, porque es progresista. Así, en femenino, es la Junta, la cariñosa, la de izquierdas, y ser de izquierdas entre gente de la cultura es mucho más distinguido, porque esas ideas con traje rojo y corazón feudal tienen fama de proteger la creatividad. ¿De qué si no iban tantos escritores de esos que salen en los periódicos y en las emisoras a ponérselas como un perfume elegante que encima no da mal olor de cortesano ni de pelota?
Papá, en cambio, es el Ayuntamiento, y lo ven como un señor con bigote y corbata permanente, un facha que desdeña la cultura y al que ningún intelectual de bien podrá arrimarse si quiere que le respeten sus colegas, aquellos que lanzan a mediocridades que les adulan o fulminan carreras esperanzadoras para que no les hagan sombra. Este caballero de derechas, que se afeita todos los días y no aparece despeinado en las fotos porque usa gomina, es un padre autoritario de los de antes, que no pone la mesa ni la quita y no consiente que se le replique, así que se merecería manifestaciones con gente ilustre que le canten las cuarenta y den prestigio a cualquier campaña, aunque sea tan siniestra como la de la Mezquita.
La historia sigue funcionando, pero aunque está bien contada siempre fue mentira, y ahora las patrañas están más a la vista. La Orquesta de Córdoba sobrevive gracias al empeño de Papá, que ahora da un poco más de dinero, sin ser una cosa extraordinaria, y adelanta la pasta con la que se pagan las nóminas. Mamá, en cambio, se comporta como una madrastra chunga y egoísta, que no termina de reconocer al niño que le han endiñado o que ella misma engendró en una noche de borrachera de dinero fácil, y le rapiña el plato de la mesa para dárselo a otros niños a los que quiere mucho más, como esas agencias de gente agradecida de tener una despacho con cargo y esos chiringuitos donde comen sindicalistas y empresarios dudosos con todos sus papeles en regla.
Papá se ha traído a un padrino, la Diputación, que tiene su misma mala fama de ser conservador, pero entre los dos han conseguido que se grabe en Córdoba música de cine y quizá abra un camino de algo más que supervivencia. Mamá anda buscando el momento de decir que el crío no es suyo y que en realidad es sólo del Ayuntamiento, y no habrá nadie de la cultura que le tosa, porque al fin y al cabo eso de la música clásica, con tanta gente de traje negro y el comportamiento formal, es una rémora casposa y burguesa. Se lo merece Papá por ser tan aburrido de hacer un festival de piano de altísimo nivel con un presupuesto de 32.000 euros, que ni dinero queda para campañas, propinillas y sucontrataciones que hagan amigos.