CARTASAL DIRECTORFe en las personas

CARMEN ROMO

«No todo el mundo se corrompe. Has de tener un poco de fe en las personas», le dice el personaje de Mariel Hemingway a Woody Allen en la escena final de Manhattan. Es el ingenuo punto de vista de una chica de 17 años contra el cinismo de un hombre mucho mayor que ella que duda de su propia integridad y la de los demás.

Lo que les voy a contar ahora es un hecho extraordinario. No tanto por el acontecimiento en sí, sino por lo que nos dice de ciertas personas. De esas en las que hay que tener un poco de fe.

El día 10 de noviembre, entre la calle Tesoro y la plaza Ramón y Cajal de Córdoba, mi novio perdió la cartera. No sabíamos en un principio si había sido una pérdida accidental o un robo común practicado por un carterista. El caso es que, en cuestión de segundos, pasó a encontrarse indocumentado, sin dinero y sin medios para conseguirlo, además de la confusión y el trastorno que provoca. Lo siguiente pasaba por ir a la comisaría más cercana para denunciar la pérdida o sustracción y, al menos, recuperar la forma de paliar el desastre. Una vez allí, recibe una llamada de otra comisaría. La cartera había sido entregada por un par de chicos que salían del colegio. El policía que nos atendía se puso al teléfono y le preguntó a su compañero si además de la documentación había dinero. La cantidad que llevaba aquel día era, contrariamente a lo habitual, bastante considerable. No faltaba ni un céntimo. Puede resultar triste pensar que en estos tiempos en los que casi nadie en el ámbito político y social está a salvo de acusaciones de corrupción que, en muchos casos, llegan a ser ciertas; en los que cualquier profesional debe sacrificar su empleo y sus ahorros a causa de clientes morosos que les roban tiempo y dedicación en su propio beneficio; en los que jactarse de adquirir notoriedad, fama y dinero a cambio de venderse públicamente de las maneras más vergonzantes parece ser la única seña de identidad de esta sociedad enferma que premia al listo y se ríe del tonto, en una mezquina manipulación del lenguaje mediante la cual los adjetivos de miserable y honrado hubieran perdido su verdadera naturaleza, como un acto de sencilla honradez llega a convertirse en un hecho extraordinario. Y, sin embargo, esta podría ser también la otra cara de la moneda. La de esas personas, niños en este caso que, tal vez sin pensárselo mucho, son capaces de ponerse en el lugar de un desconocido para valorarle tanto como a sí mismos. Porque de eso se trata. Tal como valoramos a los demás, así será nuestro auténtico valor. Desde aquí, agradezco de todo corazón a esos dos chavales que me hayan devuelto la capacidad de seguir teniendo fe en las personas.

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