DESDE MI RINCÓN
Personas «versus» políticos
Antes de tirarnos de cabeza a cualquier piscina política convendría estar seguros de la profundidad y de la sustancia que contiene
CALA en España el mensaje de que todos los políticos son iguales. Esto puede inducir a una mayoría a pensar que todos, sin excepción, son corruptos. La única solución que se les presenta a estas personas para acabar con ese mal, es entregar su soberanía a quienes prometen un cambio radical del régimen de convivencia que nos dimos hace treinta y siete años, afirmando no ser partido al uso, ni pertenecer a la actual «casta» política. Todo ello sin explicar qué sistema y programa político llevan en sus alforjas. Antes de continuar, decir que no comparto semejante análisis de la realidad. Que no todos los políticos son iguales, por más que una gran mayoría no han dado la talla que de ellos se esperaba. Por último, manifestar que antes de tirarnos de cabeza a cualquier piscina política, convendría estar seguros de la profundidad y sustancia que contiene, para evitar posibles extravíos.
En su despedida como diputado autonómico, el alcalde Nieto, reconociendo que los políticos no atraviesan buen momento, confiesa que «el día que nos demos cuenta que cuanto más se parezca el político a la persona, más se podrá dignificar la vida política». Frase que merece un tratado y que me sirve para esta reflexión. Antes de nada aclarar conceptos. La palabra «persona» —se entiende «persona desarrollada»—, hace referencia al sujeto con poder de raciocinio o criterio, que posee conciencia sobre sí mismo y cuenta con su propia y única identidad. Si eso es así, y así lo creo, lo que el alcalde reconoce es que muchos políticos —pero no todos ciertamente—, están enajenados por los partidos, dejando de pensar por sí mimos, renunciando a su identidad y condicionando su moral a los principios marcados por estas organizaciones. Así entenderemos mejor que aunque son minoría los corruptos en gobiernos e instituciones, no es menos cierto que sus compañeros de partido o institución «aunque, insisto, no todos evidentemente», desposeídos de la capacidad de raciocinio que tienen las personas, han sido incapaces de prever la corrupción y de poner rápidamente y a buen recaudo a los infectos. Esta sí puede ser la verdadera situación que atraviesa España ¡No han fallado las instituciones! Han fracasado aquellos que abducidos por el poder las han liderado políticamente y, en muchos casos, siguen liderándolas.
Lo dicho anteriormente me lleva a decir que no es prudente cambiar de sistema. Lo que procede, entre otras muchas cosas y a tiempo estamos, es que los partidos comprendan que las listas electorales han de ser abiertas y deben estar presididas y preñadas por «auténticas personas», absolutamente independientes, que con su trabajo y a lo largo de los años se han ganado el reconocimiento social como personas honradas, serias y eficaces.