LA FERIA DE LAS VANIDADES
CADA 9 DE NOVIEMBRE
¿Por qué nos empeñamos en seguir la estela de la estelada, o en hundirnos en esa ciénaga de la corrupción que todo lo salpica?
CADA 9 de noviembre, como siempre y sin tarjeta... Suena en la memoria la canción de Cecilia que situó la clave de una historia de amor en el mismo día que años después de su temprana muerte se convertiría en el final de una época. Cada 9 de noviembre recordamos aquella noche de miedo y esperanza, aquel temblor de piedra y alambres de espino, aquellas siluetas encajadas en la niebla y la penumbra de un tiempo que habían edulcorado los cómplices de un sistema tan inhumano que se derrumbó al primer golpe de azada. Porque los regímenes no se reforman: se caen enteros y plenos, que diría el Beni. Y eso fue lo que sucedió en Berlín hace un cuarto de siglo.
Bastó la pregunta incisiva de un periodista italiano en una rueda de prensa celebrada aquel mismo día. Todo estaba tan podrido que se descompuso por una pregunta que el nuevo jerarca de turno no supo responder. La burocracia se enredó en sí misma. El comunismo se había convertido en una tela de araña que sirvió para que el kafkiano insecto cayera en sus propias redes. Los alemanes del paraíso comunista –la ironía es la peor enemiga de los totalitarismos, como bien sabe Kundera– cruzaron el muro y se pusieron a ver escaparates. Les regalaron unos marcos los del oeste capitalista y opresor, y se los gastaron en plátanos. En la RDA había agentes que llevaban la vida de los otros, y gimnastas de laboratorio que ganaban medallas olímpicas, pero no había plátanos. Otra vez la ironía disolvente que le sirvió a Kundera para ganarse el odio del partido cuando escribió «La broma».
La tragedia siempre se repite como farsa. Ahora son otros los que quieren levantar un muro al otro lado del Ebro. Y no es por falta de plátanos. La que están liando en Pujolandia para que el capo no vaya al trullo... Todo es tan simple que da pereza escribirlo. El jefe del clan no quiere terminar con sus huesos y con sus hijos en el talego. Por eso han montado esta película donde actúan pretenciosos intelectuales adictos al pan con tomate de la subvención, o artistas pretenciosos que van de progres a pesar de ser tan reaccionarios como los fachas a los que critican. Todo es una inmensa y solemne mentira envuelta en el celofán rojigualda –las cosas y los colores son como son– de la bandera: Boadella lo clavó en su «Ubú, president», y desde entonces la realidad imita al teatro del grandísimo juglar.
Cada 9 de noviembre recordamos, inevitablemente, la canción de Cecilia que nos lleva hasta el único territorio que de verdad importa. Cansado de polémicas artificiosas y de muros artificiales, el corazón anda buscando esos versos que nos reconcilian con el amor de nuestra vida. ¿Por qué nos empeñamos en seguir la estela de la estelada, o en hundirnos en esa ciénaga de la corrupción que todo lo salpica? ¿Por qué no leemos a los poetas? «La voz a ti debida» es algo más que el verso de Garcilaso que le sirvió a Pedro Salinas para construir el poemario definitivo sobre el amor. «La voz a ti debida» es la deuda que el escritor jamás podrá pagarle a quien ha sido capaz de encontrar un consuelo para cada herida. A veces un artículo puede ser un ramito de violetas. Aunque sea una vez al año. Cada 9 de noviembre, como siempre y sin tarjeta.