«Juan Perucho y Álvaro Cunqueiro son nuestros Borges y Bioy»
¿Qué mejor lugar para presentar una antología de Juan Perucho que el salón de los espejos del Liceo? Al autor de «Las historias naturales» los espejos le fascinaban. No en vano, bautizó sus prosas de 1963 «Galería de espejos sin fondo» y dio el título de «Els miralls» a uno de sus poemarios. Como explica Mercedes Monmany, esa obsesión especular se debía «al reflejo, pero también lo que se esconde detrás del reflejo, que abre un campo sumamente seductor de posibilidades a la imaginación y a la fantasía». De ahí el título de su antología: «De lo maravilloso y lo real».
Destacado por Harold Bloom en su canon español, Perucho (1920-2003) reivindicó con Álvaro Cunqueiro las «verdades mágicas de lo que se ve y lo que no se ve», añade Monmany. Poeta, narrador, articulista, crítico de arte y juez de profesión, superó el realismo social de la posguerra para adentrarse en otra realidad irónicamente maravillosa. «Ya es hora que Perucho sea reconocido como merece en la literatura hispánica… Tanto él como Cunqueiro venían de una cultura bilingüe tamizada por la poesía: «Son nuestros Borges y Bioy. Y, si fueran italianos, Buzzati y Calvino», comenta la crítica y colaboradora de ABC.
La irrupción de Perucho en 1956 con el relato «Con la técnica de Lovecraft» y «Libro de caballerías» es comparable, según Monmany, «con la aparición en 1958 en Italia de “El gatopardo”, de Lampedusa». La antología que edita la Fundación Banco de Santander reúne casi un centenar de textos, distribuidos en diez apartados: historias apócrifas y relatos fantásticos; eruditos de lo maravilloso; brujos, magos, fantasmas y ocultistas; santos, sabios y cristianos; bestiario fantástico; botánica oculta; cuentos mínimos y autobiográficos; memorias y recuerdos; viajes; teoría de Cataluña y misterios de Barcelona.
Esas lecturas, señala Monmany, «nos enseñan a ver y creer en lo verosímil y en lo inverosímil». El caballero Kosmas, el inquietante Lovecraft, Santa Teresa y las corrientes erasmistas, el mítico basilisco, las plantas carnívoras, el país oscuro de Las Hurdes, la memoria de eruditos barceloneses... A comienzos de los ochenta, la obra de Perucho sedujo a las nuevas generaciones de autores españoles: Juan Manuel Bonet, Julià Guillamon, José Carlos Llop, Andrés Trapiello, Luis Antonio de Villena, César Antonio Molina... Una admiración que habían despertado Pere Gimferrer, Martín de Riquer, Carlos Pujol o Carles Riba. Perucho participó en 1953 con Riba y Marià Manent, en el Congreso de Poesía de Salamanca, donde congenió con Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales. Aquel fue un momento en que la literatura catalana se conjugaba sin reticencias con la española como lo había hecho un siglo antes con Milà, Rubió o Piferrer. En otro de sus artículos, Perucho evoca un encuentro con Francesc Pujols, autor de aquella «boutade» según la cual llegaría un día en que los catalanes lo tendrían todo pagado... Unas palabras que Perucho juzga «tiernamente irónicas, aunque ingenuamente vanidosas y orgullosas». Galardonado en 2002 con el premio Nacional de las Letras, afirmó sentirse orgulloso «de defender la integración de lo catalán en lo español».