Festival Rafael Orozco
Sin casi palabras
La frustración que provocan las últimas sonatas de Beethoven a los intérpretes es bastante más notoria de lo que muchos de ellos llegan a admitir. Y es que nuestro autor, ya entonces prácticamente aislado en su riquísimo universo interior y casi metabolizadas sus desgraciadas experiencias vitales, aprovechó su último período creativo para dejar volar definitivamente la inspiración, liberada por fin de cualquier tipo de atadura. Esto, unido a una extremada profundidad intelectual convierten sus obras en trabajos extremadamente difíciles de acometer. Y a título particular siempre he pensado que la opus 111 quizás no estaba siquiera ideada para ser tocada… hasta el sábado pasado.
La experiencia vivida en el auditorio del Conservatorio Superior a propósito del recital de Joseph Colom abordando sus tres últimas sonatas intercaladas por las bagatelas opus 126 tiene difícil descripción, pero la verdad es que son pocos los músicos capaces de transformar tan bien y con tanta hondura el fruto sublimado de uno de los mayores genios de la historia, convertido para la ocasión en pura y extraordinaria materia sonora gracias al rigor de los discursos, las dinámicas tan claramente dispuestas, la magnífica elección de los tempi, una sonoridad amplia y rica y una gravedad emocional rayana a la locura. Y a partir de este momento sobran las palabras más allá de la crónica de una velada que para muchos acabó resultando inolvidable.
Con un cuarto de hora de retraso salió el músico catalán a explicar que, dividido su recital en tres partes, acometería las citadas sonatas de Beethoven preludiando cada una con un par de las bagatelas que conforman el opus 126, a modo de introducción improvisatoria, en un claro guiño de interpretación historicista.
Así, la fusión de arte y de piano se abrió con los números 1 y 4 que enlazaron sin solución de continuidad con la opus 109; los 2 y 3 hicieron lo propio con la opus 110, y reservó para la opus 111 y ante un auditorio que difícilmente podía creerse lo que llevaba presenciando desde hacía más de una hora, los restantes 5 y 6.
Tras el maratoniano esfuerzo técnico y mental y agradeciendo al público el haberle acompañado en tan excepcional «viaje», volvió a interpretar la bagatela número 5 que, como muy bien comentó, tras el ambiente de silencio del final de las variaciones de la «Arietta», adquiría un cariz distinto. Cómo lo hizo carece de explicación, y es por eso por lo que las palabras sobran…