Festival Rafael Orozco

De lo sublime a lo inseguro

F. JAVIER SANTOS

Con la colaboración de una especialmente motivada Orquesta Joven de Córdoba dirigida por nuestro habitual Michael Thomas comenzó el acontecimiento musical y cultural de la temporada cordobesa, la decimotercera edición del Festival de Piano Rafael Orozco. Se contó para el concierto inaugural con la presencia del pianista Radoslaw Sobczak, quien se encargó de dar forma al primero de los conciertos de su compatriota Chopin. Es el intérprete polaco un músico de extraordinarios medios, pero posiblemente el hecho de ser incluido en la programación «in extremis» tras la caída, según se rumoreaba, de la pianista inicial, fue la causa de que nuestro invitado no terminara de redondear una actuación en la que alternó momentos casi sublimes con otros bastante precipitados e inseguros.

Entró el solista con fuerza y con inusitado volumen sonoro en su primera intervención cadencial del Allegro Maestoso inicial para en seguida acometer el tema principal de manera tan determinativa como conmovedora; a partir de ese momento el intérprete nos regaló una versión de auténtica fuerza pero aparentemente demasiado condicionada por las innumerables exigencias técnicas, a veces resueltas con excesivo celo, y su coordinación con una orquesta que, aunque su papel parezca casi de comparsa, no lo tiene fácil ante el extraordinario peso de la escritura del solista.

Faltó un tanto de finura en la Romanza central y el Rondó final acabó resultando una especie de vehemente y visceral cabalgada de fuerte impacto escénico pero coja de las omnipresentes delicadeza y poesía del autor polaco y en el que la orquesta, siempre atenta, bastante hizo con aguantar el tipo ante el imponente brío de nuestro intérprete.

Previamente se había abierto la velada con la siempre fascinante obertura «Las Hébridas» de Mendelssohn en una versión de gran firmeza y solidez sinfónicas aunque algo huérfana del importante poder evocativo de la partitura pretende transmitir. Y ya en la segunda parte del concierto, la más conocida y sin duda influyente de todas las sinfonías, la quinta de Beethoven, aunó su enorme e intrínseca explosividad al ímpetu de la plantilla de la formación que la acometió. Michael Thomas supo dar a unos entregados músicos estímulo suficiente para que coronaran una versión en verdad eficaz y de irresistible voltaje, culminando brillantemente con ella un concierto de los que crean afición. Afición que por cierto debería saber que no se aplaude hasta que las obras no concluyen. Menuda cruz…

De lo sublime a lo inseguro

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