BERLÍN, LA LIBERTAD GANADA

El Muro de Berlín no fue derribado para allanar el paso a la desmemoria, sino a la libertad. No comprenderlo así es implantar en la historia de Europa una división entre víctimas de primera, las del nazismo, y de segunda, las del comunismo

LA conmemoración de la caída del Muro de Berlín no debería quedar reducida a una recopilación de imágenes en blanco y negro ni a la organización de eventos artísticos neutros, porque se corre el riesgo de ignorar su verdadera dimensión política e histórica. Fue la culminación de un proceso de liberación de la media Europa que se hallaba sometida a la dictadura comunista. La ausencia de un Nüremberg para los dirigentes comunistas, unida a la resistencia de buena parte de la izquierda europea a aceptar la victoria de la democracia liberal sobre la utopía socialista, ha facilitado la acomodación de ese pasado tiránico en la historia de Europa. Incluso los socialdemócratas alemanes han perdido sus escrúpulos a pactar con la izquierda procedente de la extinta República Democrática de Alemania.

El Muro cayó porque fue derribado. No fue una concesión de Moscú ni el fruto de una voluntad reformadora del Gobierno comunista de Alemania oriental. Fue una libertad ganada a pulso, que se dejó en el camino de medio siglo de tiranía marxista decenas de millones de muertos, con hitos como las represiones soviéticas en Hungría (1956) o Checoslovaquia (1968). Tampoco fue el resultado de componendas con Occidente, sino del giro histórico en la relación con la Unión Soviética que impulsaron personajes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Mucho se recuerda el «yo soy berlinés» de John F. Kennedy en 1963, y muy poco el «señor Gorbachov, derribe este muro», de Ronald Reagan, en 1987, ante la Puerta de Brandeburgo. Y poco se habría avanzado en la liberación de Europa si no hubiera convergido el movimiento polaco Solidaridad con el acceso de Karol Wojtyla al papado como Juan Pablo II.

Hoy la libertad en Europa es de todos, incluso de los que aprovechan la crisis económica para tentar a los europeos con un viaje al pasado. El populismo amenazante no solo es de formaciones de derecha, sino también de izquierda, y si es justo volcar sobre la ultraderecha xenófoba y racista el recuerdo del nazismo, sería una irresponsabilidad desconectar a las izquierdas radicales europeas de sus nostalgias soviéticas, porque las tienen y las exhiben disimuladas en bonancibles mensajes de igualdad, solidaridad y ética.

El Muro de Berlín no fue derribado para allanar el paso a la desmemoria, sino a la libertad. No comprenderlo así es implantar en la historia de Europa una división entre víctimas de primera, las del nazismo, y víctimas de segunda, las del comunismo.

BERLÍN, LA LIBERTAD GANADA

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