OPINIÓN

LO PÚBLICO

ANTONIO VARO

Nada funciona mejor o peor en función de quién es la entidad que figura como propietario

Hace ya tiempo recibo como un martilleo mental el mantra de lo público: educación pública, sanidad pública, titularidad pública... Y resulta que, como soy funcionario público y trato de ejercer bien mi trabajo, toda esa cantinela puede resultarme hasta favorable. Pero la verdad es más tozuda aún que ese martillo pilón.

Verán. En mi condición de funcionario, tengo que ir de vez en cuando a la Delegación de Educación de la Junta y allí —que es un edificio «público»— lo primero que tengo que hacer es demostrar que no soy un terrorista, porque no otra cosa significa la humillación de hacer pasar por el arco del triunfo detector de metales al ciudadano que va a un lugar que, al ser público, es suyo. Es como si alguien sin rostro (me acuerdo de Orwell) pusiera el rótulo de «Reservado el derecho de admisión» en la puerta de mi propia casa. En cambio, cuando voy, un poner, a la Catedral de Córdoba, ese hermoso edificio que fue Mezquita durante cinco siglos, pero dejó de serlo hace ya casi ocho —y que si ha subsistido como está no es por haber sido Mezquita, sino por ser Catedral—, nadie me ha hecho nunca despojarme de llavero, monedero, cartera, móvil, reloj o gafas, sino que simplemente entro, hago lo que quiero (rezar, ir a un acto religioso o enseñársela a un visitante) y salgo tan contento.

En resumen, hacen que me sienta sospechoso en un lugar público, que en teoría es de todos, y me siento libre en uno privado, que también en teoría es sólo de unos cuantos. Los paladines de lo público, que muchas veces dan a luz en clínicas privadas o llevan a sus hijos a colegios de pago, deberían pensárselo. Nada funciona mejor o peor en función de quién figure en las escrituras de propiedad, sino de quiénes sean las personas que lo gestionen y de cómo lo hagan. A mí me parece que la Catedral nunca estará mejor que en las manos en que está desde hace 775 años. Se me abren las carnes de pensar que metieran sus manos en ella los que están acostumbrados a moverlas por cajones públicos para financiar mariscadas privadas. Y, desde luego, no me apetece que cuando quiera entrar en ella unos «seguratas» me hagan sentir como si fuera un delincuente.

LO PÚBLICO

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación