Cambio de piel... pero no a mejor
Vecinos, comerciantes y hosteleros coinciden en que el enclave se ha deteriorado y necesita puestas a punto
«Esto no es lo que era». El comentario sale solo en una de las cafeterías con carpa de Costa Sol, la plaza que alguna vez estuvo asociada a una cierta distinción. «Entre unas cosas y otras esto ha perdido su brillo». Quien habla es Juan Torres, un vecino de la calle Alderetes que se levanta antes de que pongan las calles y que se mudó al barrio casi antes de que lo construyeran. «Llevo aquí desde hace más de cuatro décadas, cuando la Ciudad Jardín era la Ciudad Jardín, que uno lo decía y era como decir que vivía en el Centro o en El Brillante si apuramos», añade. Torres ha vivido todas las fases por las que ha pasado el enclave. Él las resume. «Al principio, cuando mi mujer y yo nos casamos y nos compramos el piso por letra, Ciudad Jardín era mucha Ciudad Jardín. Era la mejor zona a la que podía aspirar un matrimonio joven. Como si dijéramos hoy Arroyo del Moro o, hace unos años, el Zoco, con sus pisos con piscina y jardines», relata.
Ese estado de cosas duró lo que duró. «Unos quince o veinte años: lo que tardó en llegar la siguiente generación, lo que tardaron nuestros hijos en hacerse mayores», añade Torres. Mediaba la década de los ochenta. La expansión de Córdoba hacia Poniente, más allá de Gran Vía Parque, estaba sobre el papel. Matías Prats le puso nombre a la plaza en torno a la que miles de jóvenes comenzaron a invertir sus primeros ahorros.
«Fue justo entonces, a finales de los ochenta cuando nuestro barrio empezó a tener achaques», se explica Mateo, compañero de Juan Torres en sus paseos matutinos. «La zona de Camino de los Sastres y toda la que linda con la avenida de República Argentica, que es la que yo más conozco porque resulta que vivo allí, necesitó de una actuación de urgencia. Las aceras se levantaron, la iluminación era mala, no funcionaba. Hablamos con el Ayuntamiento y todo se arreglo», se extiende el vecino.
Antes del declive hubo, empero, un espejismo de progreso o de sensación de que las señas de identidad del barrio —distinción, cierto nivel de vida— no se iba a perder. Se trató de la construcción de los jardines de Juan Carlos I y, ya más tarde, la reforma de la antigua Facultad de Veterinaria para su conversión en la sede principal del Rectorado. Antonia Yagüe, que reside hoy en El Zoco pero que mantiene contacto con muchas familias de Ciudad Jardín que fueron sus vecinas durante dos décadas, lo recuerda bien. «Para mí, el cambio principal se produjo en los años noventa: llegaron los primeros inmigrantes, algunas familias compraron casas más cómodas en el Zoco, y Ciudad Jardín envejeció. En todos los sentidos: los vecinos ya no eran matrimonios en lo mejor de su vida, los comercios de ropa, de telas o de comestibles cerraron en gran parte para dejar paso a veinte duros, a tiendas de los chinos, y además los edificios empezaron a afearse», suscribe Yagüe en la embocadura de la calle Siete de Mayo.
Una de las claves de la cierta depauperación del enclave tiene que ver con la pérdida de fuelle del tejido asociativo. Mar Herrera, una joven de veinticinco años criada en una de las bocacalles de Gran Vía Parque tiene esa opinión. «Aquí la gente se moviliza por oleadas, por problemas puntuales: un día son los pubs y ruido y la mierda que dejan, al día siguiente la falta de aparcamiento, al otro la inseguridad, y eso está muy bien, pero cuando el problema concreto se arregla la gente se mete en su casa y no vuelve a protestar hasta que la molestia, ésta o aquélla, llega a su puerta», lamenta.
Sensación de olvido
Lo cierto es que la sensación de que Ciudad Jardín está un poco olvidada por el Ayuntamiento es mayoritaria. María Balmón, la propietaria y dependienta de la panadería «Acuérdate de tu pan», situada en la plaza de Costa Sol, los atestigua. «Los vecinos piensan que, claro, hay que hacer cosas por el barrio, y hablo sobre todo de las personas mayores, que tiene problemas de accesibilidad a sus viviendas», señala. Otra comerciante, esta vez de una tienda de moda situada en las inmediaciones de Antonio Maura, secunda ese punto de vista. «El gran problema que tenemos es la conservación de la calle, del asfaltado, de las aceras, además de los veladores, que en algunos casos se han convertido en un problema porque no hay quien camine por la calle», resalta.
La opinión de los empresarios del sector de la restauración sobre el estado en el que se encuentra Ciudad Jardín no es muy positiva. Lo confirman los dueños de hasta tres establecimientos, ninguno de los cuales acepta a que su nombre aparezca en el periódico. El más duro es el propietario de un bar de comida regional cercana la avenida del Aeropuerto. «Hay que dinamizar el barrio, buscarle un atractivo, porque el tema de convertirlo en un centro comercial abierto funcionó durante un tiempo, es verdad, pero ya no tiene gancho: hay días en los que los clientes entran con cuentagotas y en los que se te caen dos lagrimones cuando haces caja...», estima este hostelero. El titular de un establecimiento de comida rápida tradicional más enraizado en el centro del barrio dice justo lo mismo. «No puede ser que dé pena andar por la calle, que los pasos de peatones estén como están, que las farolas de algunas calles alumbren unos días sí y otros no...». La tercera opinión es algo más optimista. «Llevo diez años sirviendo hamburguesas en el barrio y trabajo no falta: sí, el público es cambiante y hay muchas cosas que mejorar... como en todo en la vida», defiende este empresario.