El Arcángel estalla por miedo

El Arcángel estalla por miedo VALERIO MERINO/COLPISA

JOSÉ M. DOMÍNGUEZ

El Arcángel reúne cada dos semanas a más de quince mil personas. Sí, para ver al último clasificado en Primera, al único equipo del fútbol profesional que no ha permitido este año celebrar una victoria a su afición. Sí, más de quince mil. Así es El Arcángel. En concreto, 15.643 espectadores se dieron cita en el coliseo ribereño para contemplar el 0-0 del Córdoba frente al Deportivo de La Coruña. Más de quince mil personas que se habían dicho que esta vez sí; que se convencieron de que era el día del primer triunfo; que pusieron buena cara al mal tiempo para acompañar a su equipo ante un rival que parecía propicio, uno de esos de «su liga».

El Arcángel también es ese estadio en el que nunca se oye el silencio. Ese lugar en el que incluso los nervios que preceden a un lanzamiento penalti encuentran su banda sonora en los bombos y las palmas al compás de «We will rock you». La grada deberá probar con otro ritmo, quizá con el de un tango, para inspirar la próxima vez a Fede Cartabia, que falló desde los once metros y comenzó a construir la desgracia de un equipo que no sabe ganar.

Pero eso, por vital que parezca, tampoco le importa a El Arcángel. Ese estadio y sus fieles ya han hecho un máster en sufrimiento. Ya sacaron matrícula, año tras año, en cómo perder. O, en la versión que descubrirían ayer los de blanco y verde, en cómo desperdiciar las oportunidades soñadas. Ojo, y siguen vivos los más de quince mil. Y animan. No dejan de hacerlo. Los corazones ya se han acostumbrado a los berrinches y al alma del estadio no le caben las cicatrices de los desengaños.

A la parroquia califal le cuesta creer cuando le ocurre algo bueno. Se hizo desconfiada durante 42 años y, después de cuatro décadas de penurias, siente que todavía le debe algo a los de arriba por aquello de Uli Dávila. Por eso se frota los ojos cuando un encuentro se pone en franquicia. Por eso nadie lanzó las campanas al vuelo cuando Mateu Lahoz expulsó a Postiga. Siguieron animando. Como siempre. Quedaba más de una hora por delante, y El Arcángel sólo pensó en contribuir a su manera: jaleando a los suyos sin descanso, con un recital de cánticos que, de momento, son lo único de Primera en blanquiverde desde el 22 de junio.

Pero ni el Custodio de Córdoba ni ninguno de los 15.643 aficionados podían rematar el 1-0. Ése era trabajo de quienes corrían sin acierto sobre el césped. Los minutos convirtieron el aliento en nerviosismo. El nerviosismo, en frustración. Y la frustración, en un miedo al abismo que ya ha calado hasta en los más optimistas. Seis puntos de 33 posibles. Seis puntos en 11 partidos. La digestión de esas cifras tendrán que hacerla los cordobesistas durante las dos semanas que separaran al equipo de su visita a Elche, de su próxima batalla. Dos semanas en las que será difícil hablar de fútbol sin que aparezca la palabra descenso en las tabernas de la ciudad de la Mezquita-Catedral.

Desesperación, angustia, enfado y, por último, un miedo que ya era real. Todos esos ingredientes estallaron con el pitido final, un detonador que abrió paso a la primera gran bronca de la temporada. Si los vítores a lo poco bueno que hicieron los de corto se habían oído al otro lado del Guadalquivir, con la misma fuerza retumbó el miedo. Chiflidos, improperios nacidos de la impotencia y, en resumen, una crítica encendida que ni siquiera podía aplacar el himno por megafonía. Quizá, por si alguien aún no lo tenía claro lo recordó la letra de Queco: «Para bien o para mal». El Arcángel suena así.

El Arcángel estalla por miedo

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