MONTECASSINO

OBAMOFOBIA

HERMANN TERTSCH

Para quienes creemos en la democracia y en la ley no es ningún consuelo, sino un drama, que EE.UU. tenga y sufra a Obama

SI no queremos ser crueles es mejor que no desempolvemos hemerotecas y archivos para bucear en la literatura que se hizo en televisión, radio y prensa hace ahora seis años en España cuando llegó a la Casa Blanca un abogado de Chicago con mucha labia, para entonces ya convertido en santo laico, antes de pisar allí siquiera el felpudo. El merengue político/sentimental que se vertió a ambos lados del Atlántico fue tanto, tan intenso y pringoso, que amenazaba con inmovilizarnos a todos, cuerpos y mentes. Era la obamanía. Y no solo a los entusiasmados que bendecían este fenómeno, jaleados por todos los enemigos de EE.UU. y del mundo occidental. Como siempre sucede en estos casos de grandes consensos emocionales en la sociedad mediática, quien no participe de ellos no discrepa ni disiente, sino que demuestra que es una mala persona, un canalla, un crápula y probablemente un homófobo, borracho y criptomaricón. Y seguro que le gustan los toros o el boxeo.

No echaré toda la culpa a Obama de que nos llamen todo eso a algunos desde el coro de la Secta de la Bondad Eterna que son los izquierdistas mediáticos de moda y sus jaurías multiuso. Pero sí es cierto que, por si fuera pequeño el caos que ha sabido provocar en medio mundo este negro de León, su llegada tuvo el dramático efecto de conferir un impulso a los enemigos de Occidente en el Estado Islámico como en los barrios de Madrid o Barcelona. El merengue tóxico nutre a más brutales y faltos de escrúpulos de las sentinas de nuestra sociedad.

Quienes creemos en el sistema americano y lamentamos todos y cada uno de sus errores, nos preocupamos ya entonces por estas alianzas peculiares. Sabemos que les gusta veranear en Miami u «on the road» en la 64 a los representantes de esa subcultura de la mentira y la violencia que nos hace el único país europeo, con Grecia, claro, que está a punto de llevar la marginalidad totalitaria al Gobierno. Esa marginalidad totalitaria es la que también llegó al poder en Alemania. Solo porque se tuvo la maldita idea, en la Academia de Arte de Viena, de no aceptar en la misma al pequeño pintor de Braunau. Mucho nos habría ahorrado si se hubiera podido dedicar a pintar a los magnates vieneses y señoras. Y pagar sus facturas en la pensión de la Mariahilfer. La espuma social radical, que nutre su disposición a la violencia del rencor y el agravio real o inventado, es un fenómeno inevitable en las sociedades occidentales. Pero en España esa espuma, bien batida por Zapatero en diez años de culto oficial a tal rencor y revancha, la han convertido en un colosal soufflé pestilente que, descontrolado, ya se ha metido por las muchas grietas, puertas y ventanas de las instituciones españolas. No hay que ser Merlín para ver que el que no sea soufflé dependerá de la mascarilla que compasivamente le presten las nuevas autoridades.

Para quienes creemos en la democracia y en la ley no es ningún consuelo, sino un drama, que EE.UU. tenga y sufra a Obama. Y que con su aclamado sectarismo faldicorto, con un ridículo premio Nobel, dirija a la primera potencia a la mayor división desde la guerra civil en el interior y al permanente desistimiento en el exterior. Lo tremendo es que todo indica que la tragedia americana y la nuestra surgen de la misma enfermedad que aqueja a las sociedades desarrolladas, cansinas, infantiles y cobardes. Si EE.UU. se lanza a cultivar las debilidades europeas, va a ser difícil buscar refugio y defensa ante la peste. Los resultados del Congreso dan ánimo. La obamofobia no solo es pertinente, es urgente.

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