LA FERIA DE LAS VANIDADES

LA NEVERA AZUL

FRANCISCO ROBLES

Si alguien quiere ir en busca de la ética perdida, que abra el arca de esa nevera azul. Allí la encontrará

CUANDO la viste en la portada de ABC no tuviste más remedio que recordar aquella mañana de abril. En aquella nevera azul iba la sangre de tu sangre, la sangre de tu hijo dispuesta para salvar la vida de su hermano. Has dudado. No querías convertir este artículo en una confesión personal. Pero te ha podido la verdad. La verdad de la vida que renació gracias a esa sangre que un enfermero llevó, como un ángel de la guarda, de un lado para otro hasta que una enfermera llamada Carmen la fue depositando, poco a poco, en el cuerpo del muchacho que la esperaba. El cirujano sudoroso después de la extracción. La doctora que coordinaba el dispositivo siempre pendiente. Los auxiliares animando con palabras, con gestos, con ese cariño que es innato a la profesión.

En esas neveras azules han viajado los órganos que han salvado 18 vidas durante estos últimos días en el Hospital Virgen del Rocío. Dieciocho llamas de amor vivas gracias a este pentecostés que se ha anticipado en el calendario. Ahora que se inventan urnas de cartón para promover consultas más propias para la independencia de Frikilandia, ahora que algunos quieren desgajar su órgano del cuerpo nacional para no entrar en la cárcel con la familia al completo, ahora que los horteras corruptos han cambiado la montería por el talego, uno no tiene más remedio que escribir sobre esas neveras que parecen de agosto, de tinto de verano y Cruzcampo playera. Son las mismas. Idénticas. Pero dentro llevan la vida palpitando en los valores más elevados que pueda alcanzar un ser humano: la generosidad de la familia que dona esos órganos en el momento más amargo, la entrega de los profesionales que no rechistan ni promueven conflictos políticos ni laborales, el conocimiento de los médicos que se han dejado los días y las pestañas en el estudio.

En esa nevera, y no en los pluses que se reparten los enchufados de turno por aligerar las estancias hospitalarias, está lo mejor de nuestro sistema público de salud. Esas neveras igualan por arriba, no por abajo. Esas neveras no preguntan por la filiación política o sindical del enfermo, ni se entregan al conseguidor de turno que burla las leyes y los controles para dar un pelotazo en forma de comisión. Si alguien quiere ir en busca de la ética perdida, que abra el arca de esa nevera azul. Allí la encontrará. Porque en su interior el frío se convierte en el calor que necesitamos cuando la muerte acecha sin los horrorosos disfraces de Jalogüín. Cuando nos la jugamos de verdad, ellos están ahí. En una mano el bisturí que nada tiene que ver con la navaja que les sirve a los corruptos para atracarnos por la espalda; y en la otra, el volante del coche, o los mandos del helicóptero que no se dedica al transporte del marisco que consumían los sinvergüenzas de la Púnica después de matar un ciervo.

Frente a la corrupción y a la demagogia, lo único que importa. La vida dispuesta a renacer. El corazón esperando el latido. El pulmón sediento de aire. El hígado dispuesto a trabajar como un obrero de la Perkins según la metáfora de Umbral. Y la sangre que hoy te ha llevado a escribir de esos ángeles que son capaces de guardar la vida en una nevera azul.

LA NEVERA AZUL

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