PSOE, CIEN DÍAS DE INCERTIDUMBRE
PEDRO Sánchez cumplió ayer sus primeros cien días al frente del PSOE y, por el momento, su mandato ha sido un cúmulo de dudas e incertidumbre, sin que haya logrado enderezar el rumbo que mantiene el principal partido de la oposición en los últimos años. La ansiada renovación de la cúpula socialista corre el riesgo de convertirse en una operación de márketing, un cambio de imagen que, tulelado desde Sevilla, con la figura de Susana Díaz al fondo, carece del contenido político necesario para resituar al PSOE en el lugar que merece por su historia y que exige la actual situación de España. El discurso del nuevo secretario general del PSOE, obligado a reconquistar a sus electores, ha estado lastrado por la improvisación y, a menudo, la demagogia. Cabe recordar que Sánchez ordenó votar en contra de Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea y de la elección de Miguel Arias Cañete como comisario, traicionando así el pacto europeo alcanzado previamente entre socialistas y conservadores comunitarios.
Más allá de esta grave irresponsabilidad –y al margen de ocurrencias como las de celebrar funerales de Estado a las víctimas de violencia de género o su plan de suprimir el Ministerio de Defensa–, Sánchez ha tenido el valor y el acierto de apoyar al Gobierno en su defensa del Estado de Derecho, frente a la operación de derribo orquestada por la Generalitat catalana. Es este sentido de Estado, capital en una formación como el PSOE, el que ha de cultivar su nuevo secretario general, tentado en exceso por unos arranques populistas que, a la postre, no hacen sino desgastarlo aún más, alejarlo del centro y favorecer a partidos más extremos. Sin renunciar a los principios socialistas, Sánchez aún tiene margen y tiempo para colaborar con el Gobierno y unirse a la tarea común de reforzar y modernizar España.