Lucha cruenta en San Mamés

JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Hierve el Bocho. Se huele partido grande, de esos en los que luego hay comilona, café, puro más risas si gana el de casa y maldiciones sin fin si pierde. Además viene el Sevilla, un Sevilla grande, con posibilidades de ser líder si gana el partido. No hay mejor escenario para un equipo como el de los leones, que se calientan con choques de este calibre.

Se presentó pues el Athletic en San Mamés con las garras afiladas y el ánimo dispuesto. Con mucho músculo en la medular porque ya sabía Valverde que al equilibrio y buen hacer del Sevilla en todas las líneas tendría que meter presión, fuelle y agresividad, todo a doscientos por hora.

Así que el partido arrancó como un terremoto. El grupo de Valverde arremetiendo como una locomotora, tanto que al minuto 12 Aduriz empalmó una volea tremenda al borde del área pequeña que venció la resistencia de Beto. El Sevilla, que había comenzado entero, se tambaleó, casi al borde del K. O. A pesar de que es un equipo íntegro, de mucho juego y serenidad, acusó el golpe, sobre todo porque el Athletic olió sangre y se fue a por el partido con todo.

Fue justo entonces cuando se vio la valía de los andaluces. Agruparon líneas bajo la supervisión de Emery, taparon huecos y buscaron el fútbol que les podía dar Denis Suárez, Vitolo o Tremoulinas, que son palabras mayores cuando hablamos de futbolistas. Intuía Emery, e intuía bien, que lo peor estaba pasando en ese momento porque tanto derroche físico de los leones tendría que bajar sí o sí en la segunda mitad. Si aguantaban el chaparrón tendrían opciones. Tuvo suerte el Sevilla también porque se lesionó Aduriz, que es un peligro permanente para cualquier defensa, y eso obturó un tanto la ofensiva bilbaína.

En la segunda parte pasó todo lo que esperaba Emery. Todo menos el gol del empate. El Sevilla pasó primero a nivelar el choque, luego a dominarlo y finalmente a ser una máquina trituradora en el que fallaron las cuchillas finales, todas ellas oxidadas. Bacca o no llegaba o se pasaba de frenada y el Athletic, viendo el triunfo cerca, cerró filas con el sacrificio y solidaridad de todos (excelente Etxeita), con el empuje de la grada y con la visión de juego de Valverde, que quitó a Muniain del campo para meter a Gurpegi y cerrar los caminos a Iraizoz.

El partido se puso tenso, bronco, duro y a cara de perro, pero en ese escenario el Athletic se movió algo mejor que el conjunto sevillano que, sin embargo, dejó una gran impresión.

Lucha cruenta en San Mamés

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