PRETÉRITO IMPERFECTO

MÁS PERSONA, MENOS POLÍTICO

FRANCISCO J. y POYATO

Más individuo y menos aparato; no es mal comienzo, además de pedir perdón, para que la clase política empiece ya a cambiar

Más persona, menos político. El mensaje implícito de Nieto en su despedida como parlamentario andaluz llevaba escritas las variantes contradictorias pero reales de parte del problema. El sistema se cae, los cascotes nos hierven la sangre cuando nos sacuden día sí y día también, y los hay que aún aguardan sentados en el sillón de orejeras, plácidamente, dentro de esa estructura ruinosa y carcomida. Venía a decir el alcalde de Córdoba que cuanto más sobresalgan las virtudes humanas y sencillas del entendimiento, aún en la discordia, y menos encorsetado y jerarquizado actúe el político, más empatía creará con aquellos a los que debe representar y servir, y en estos momentos no distinguen el trigo de la paja en su huida enfurecida. Puede que indirectamente estuviera refiriéndose al espíritu de las llamadas listas abiertas o la auténtica esencia de las primarias en la elección de candidatos. El individuo y no el aparato. Las cualidades que todos reconocemos en el prójimo, el espejito mágico de nuestras vanidades, con las mismas virtudes y defectos compartidos. «Más cerca estaremos de los ciudadanos y menos fingiremos en los debates», subrayaba Nieto. Y he ahí el reverso. Sin quererlo, nuestro regidor, que en este caso es un simple botón de muestra por sus palabras del debate genérico abierto en canal que reina en España, alude a esa artificiosidad enjaulada en la que se aísla la clase política con su metalenguaje y códigos sin darse cuenta de lo que está pasando ahí fuera, por temor a pensar que están equivocados, que de vez en cuando no llevan razón, o que podrían perder el puesto. Autodefensa.

Pericles quiso acabar con la apatía de los griegos sobre la res pública «inventando» los salarios para los servidores públicos o magistrados. Había que gobernar las ciudades y para que nadie con trabajo se quedara sin sustento al acudir a la política en pleno siglo IV antes de Cristo, intentó ser pragmático. Y ahí llegó el problema que sabios como Platón o Aristófanes denunciaron. El cargo, entendían ambos pensadores, debía ser gratuito y no una carga para los habitantes de la «polis» pues, si no, la democracia pasaría a ser un servicio a la clase política más que un servicio de ésta al pueblo al que deberían servir. Algo de lo que estamos viendo 2.400 años después, vamos. Nada nuevo bajo el sol. El problema no está en ese sueldo público, pues toda persona tiene derecho a ganárselo con su trabajo, sea cual sea dentro de un orden. La cuestión está en la torcedura moral que se produce en la administración de un poder tan influyente y atractivo como el que llega a manejar el político, sabedor de los intereses económicos de terceros que se mueven por sus decisiones regladas o colaterales.

«De nosotros depende que seamos capaces de recuperar esa confianza perdida por unos ciudadanos que necesitan a sus representantes», prosiguió el dirigente de Guadalcázar. Es tal cual, pero otra cuestión muy distinta es la velocidad o el afán con que se acometan esas transformaciones que a gritos se le pide a una clase política que, por otro lado, insisto, no puede ser juzgada en un mismo saco, mezclando a los delincuentes con los imputados o con la gente honesta.

Ya hemos empezado a escuchar la palabra «perdón», y no es un mal comienzo. «Es preciso perdonar mucho, pero no olvidar nada», dijo el ilustrado François Guizot. Es urgente más energía de cambio, más medidas reales y contundentes; más recursos en las zonas oscuras de la arquitectura pública: jueces, funcionarios, policías,... Justo el nivel que está haciendo su trabajo para sacar la mierda de las cloacas y dejando un hilo de esperanza en el sistema frente a advenedizos y parásitos. Simplemente porque los necesitamos, como a Pericles le pasaba hace 2.400 años.

MÁS PERSONA, MENOS POLÍTICO

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