EL ESTILITA
CARIDAD
El trabajo asistencial se realiza bajo formatos nuevos y antiguos. Es reparador ante la sensación de inmoralidad
PUEDE que las fiestas de Halloween sean un modo irreverente de acercarse a la significación que los dos días inaugurales de noviembre tienen en un sentimiento severamente cristiano, pero no más que aquello tan profundamente castizo que recomienda al muerto el hoyo y al vivo el bollo. Si la costumbre foránea le parece inadecuada a algún hipócrita, será porque no ha reparado en la contundencia del popular refranillo castellano, que se ha convertido en la actualidad en referente axiomático de nuestras vidas, no tanto por su crudo realismo como por cuánto egoísmo sugiere. Por eso conviene meditar con templanza, buen humor y perspectiva en estos días otoñales donde las vergüenzas de los políticos se abaten a mayor velocidad que las hojas de los árboles, sobre la estricta disciplina a que debemos someter nuestra codicia. La corrupción siempre está ahí fuera y basta invitarla a pasar, aunque sea inopinadamente, para que esté dentro, como los vampiros. Y no hay pureza interior, ni crucifijo, ni bala de plata ni agua bendita que la prevenga. La corrupción, la codicia, sólo se asustan ante la caridad. Dar antes que recibir desarma por la vía de los hechos la presunción de ventaja del corruptor. Es tan fácil, por tanto, la caridad y está tan cerca de nosotros la posibilidad de hacerla...
No ha mucho que la Diputación de Córdoba publicaba un libro sobre la Cofradía de la Caridad. Teresa María Criado Vega nos ilustraba desde su dominio académico del tema en relación a la muy precariamente conocida labor asistencial de la alta sociedad cordobesa a través del Hospital que con esa natural advocación se levantó armonioso en la Plaza del Potro alboreando el siglo XVI. Asimismo, hoy se clausura la exposición que con motivo del cumplimiento de los setenta y cinco años de vigencia de dicha hermandad refundada se ha mantenido desde el día 21 de octubre en el Oratorio de San Felipe Neri. Los hermanos pueden estar orgullosos de estos años que les competen directamente, pero también de los quinientos anteriores que sin solución de continuidad han hecho posible la historia cierta y brillante de esa parte esencial de la población cordobesa que, con absoluta limpieza de sangre y de espíritu, supo dedicar sus desvelos y parte importante de su hacienda, a lo largo de seis siglos, al servicio de los más necesitados de entre sus paisanos. Su ejemplo no puede pasar desapercibido. Por eso, esta tarde, que a su vez se celebra en la Catedral una misa solemne de difuntos, con «Réquiem» de Mozart incluido, cuya colecta será a beneficio de Cáritas, esa parte de Córdoba seguirá estando a la altura de las circunstancias y del legado de dignidad recibido. La misma caridad de siempre continúa presente en sus nuevos formatos organizativos en esta ciudad bastante generosa, al decir de los interesados. Sírvanos esta benévola realidad, entrañablemente nuestra, para compensar la torva sensación de inmoralidad que la aparente corrupción generalizada de la clase política ha cernido sobre nosotros en estos días falsos de veraniego otoño.