bien de excepcional valor
Tres décadas en el escaparate universal del patrimonio
El principal monumento de Córdoba alcanza la efemérides de su reconocimiento global que ha dado un sello ante el mundo
Desde Buenos Aires a Doha (Qatar) hay 12.472 kilómetros de distancia, latitud norte. Largo viaje con estampas en las antípodas. Un camino que dura 30 años para la Mezquita-Catedral de Córdoba, viajera indirecta y protagonista de esta ruta. A priori, un tiempo denso en lo pretérito para las dieciocho horas de vuelo transoceánico que rinde el presente. Pero en el imaginario colectivo de esta ciudad, resulta ser la salida y la meta de una senda que ha llevado al símbolo monumental y religioso de los cordobeses a ser considerado bien de «Excepcional Valor Universal», el máximo reconocimiento patrimonial y cultural para la «Octava Maravilla del Mundo», tal y como el clérigo cordobés Jerónimo Sánchez calificó allá por el siglo XV al enclave que habita los últimos pasos hacia el Guadalquivir.
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Tal día como hoy, hace 30 años, Buenos Aires acogía la octava sesión mundial del Comité Patrimonial de la Unesco, la agencia para la ONU de la educación y la cultura. En aquella reunión, con el arquitecto español Antonio González-Capitel como único representante del Gobierno, la Mezquita-Catedral de Córdoba, junto a otros inconmensurables hitos como la Alhambra de Granada, la Catedral de Burgos o El Escorial en Madrid, obtenía la protección internacional y a la vez el reconocimiento de este órgano. Un sello de calidad en las modernas claves empresariales. Una ventana abierta al mundo para disfrutar de la singularidad, la originalidad, la autenticidad y riqueza patrimonial y cultural de este espacio. Una oportunidad.
Los motivos del reconocimiento
Los criterios culturales por los que aquel grupo de expertos otorgaba a la Mezquita-Catedral tal distintivo eran, básicamente, cuatro. En primer lugar, «representar una obra maestra del genio creativo humano». En segundo, «atestiguar un intercambio de valores humanos en un área cultural del mundo, sobre la evolución de la arquitectura o las artes monumentales». Como tercer elemento de juicio, «dar un testimonio único o al menos excepcional de una tradición cultural o de una civilización viva o desaparecida». Y, finalmente, «ser un ejemplo sobresaliente de un tipo de edificio o conjunto arquitectónico en la historia humana». Sobresaliente Cum Laudem.
En definitiva, un espaldarazo para la incipiente democracia española, su aperturismo y los gestores culturales de aquel primer Ejecutivo socialista de Felipe González del que dio buena cuenta este periódico en su primera página del 3 de noviembre de 1984 (reproducida en esta información). Un necesario impulso al excelso patrimonio de Andalucía también. Pero, también, una permanente exigencia a la propiedad del templo emblema de Córdoba para su perfecto estado de revista.
Nadie puede dudar de que la Mezquita-Catedral es un monumento único en el mundo hasta por su superficie (solo superada por la situada en La Meca, y a la que curiosamente no mira). Un palimpsesto de estilos con magnitud tal como la cultura grecolatina, la bizantina, la islámica o la cristiana entrecruzadas. Y sin esa comunión, su idiosincracia de libro abierto de historia, de acertijo y mecano arquitectónico, de edén estético o joya espiritual, nada sería igual. Es el edificio que se construye a sí mismo con la argamasa del tiempo y el ladrillo humano que deja su huella palmaria en cada época. Siempre que uno lo transita, encuentra algo inédito, diferente, entre un bosque de columnas y arcos de herradura que se antojan lo mismo un acueducto romano que la inescrutable esencia del alma.
Tres décadas después, en los nuevos «califatos» del petrodólar, la sesión del mismo comité de la Unesco, subrayaba todo este elenco de bondades y razones que llenan de orgullo a una ciudad capaz de reemplazar su nombre por el de su símbolo: la «ciudad de la Mezquita». Una prolongación de cada una.
El reconocimiento de la sesión de Doha sirvió además para avalar el trabajo del Cabildo Catedralicio de Córdoba en el recinto durante todos estos años. «El uso religioso ha asegurado en gran parte la preservación del monumento», recogía la resolución de bien de «Excepcional Valor Universal». Una conservación premiada por el propio Gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero en 2007 y que tiene a sus «guardianes» particulares en la figura de los arquitectos Gabriel Ruiz Cabrero y Gabriel Rebollo, amén de otros colaboradores. Auténticos enamorados de un inmueble vivo y cuyo círculo explicativo nunca acaba de cerrarse. Quizás Ricardo Velázquez Bosco lo intentó un día en aquellos dibujos que pretendían reconstruirla a principios de la pasada centuria.
Todos a una
Al trabajo eclesiástico han contribuido estos años decididamente tanto el Gobierno como la Junta de Andalucía en una tarea coordinada y armoniosa para rehabilitar elementos cruciales del bien protegido. Unos tiempos de labor común y compromiso que parecen rotos en estos momentos por las artificiosas y oportunistas polémicas sobre el uso y titularidad de la Mezquita-Catedral, por otro lado, casi congénitas a ella en los últimos tiempos.
Y en esos afanes prosigue el camino esta piedra de San Vicente, Abderramán I y II, Hisham I, Alhakén II, Almanzor y Fernando III El Santo. El atractivo turístico es creciente y en apenas dos décadas ha triplicado el número de visitas situándose en el escaparate internacional de los ranking de monumentos más concurridos. El producto también de la colaboración eclesiástica y pública.
Aunque parezca mentira, hoy que nada existe realmente si no se mide o cuantifica, no existe un estudio riguroso que exponga el verdadero impacto socioeconómico que la Mezquita-Catedral tiene en Córdoba -aunque pudiera imaginarse o suponerse de manera cualitativa-. Sería como ponerle precio a esta joya monumental. Y su valor, con el paso del tiempo, sigue siendo incalculable.