UNA RAYA EN EL AGUA
LA NEVERA VACÍA
Arruinado en la burbuja del crédito fácil, Amando ha tenido la gallardía moral de no esconderse en las culpas ajenas
A Amando de Miguel, sociólogo de referencia en España desde la Transición, le ha sucedido lo que a tantos compatriotas cuyos comportamientos colectivos viene estudiando desde hace décadas: deslumbrado por el trampantojo trilero del bienestar rampante se quedó atrapado en la burbuja inmobiliaria. Prestatario de un crédito fácil cuando el dinero y la prosperidad parecían eternos, el final de los tiempos felices lo hizo prisionero en la casa de sus sueños, levantada por cierto en uno de esos municipios púnicos cuyo alcalde disparaba la pólvora de los cohechos. Fue él quien en fecha reciente desnudó su maltrecha intimidad financiera en un desconcertante striptease que dejó atónitos a sus lectores y amigos; simplemente se había arruinado hasta el punto de no poder encender la calefacción salvo que prendiese la chimenea utilizando, como el Carvalho de Montalbán, algunos de los millares de libros de su esplendorosa biblioteca. Relator minucioso de los avatares de la sociedad española, Amando ha vivido en primera persona el fenómeno más dolorosamente crucial de esta época: la quiebra hipotecaria, la pobreza sobrevenida de las clases medias, los apuros para sobrevivir con la pensión, la amenaza de desahucio, el síndrome de la nevera vacía.
Ayer tarde, en el Madrid de este tibio veroño de mangas cortas y niños disfrazados para una fiesta importada –un tema clásico este de Halloween para sus pinceladas sociológicas– el profesor De Miguel recibió el testimonio de consideración que merecen su trayectoria y su talento. Amistades, seguidores y colegas le fueron a arropar en la presentación simultánea de dos libros, los últimos de un centenar, escritos bajo la luz dudosa de un flexo con bombilla de bajo consumo. Afecto y calor humano: he aquí un capital moral que a menudo falta cuando escasea el esplendor social del dinero. Bien lo sabe el autor del primer informe Foessa, la herramienta científica que desde finales de los sesenta viene midiendo el reparto desigual de la renta en España y en cuya última entrega, ya dirigida por otras manos, se describe un desplome que podría ilustrar con su retrato. Brillante, dialéctico, agudo, Amando lleva cuarenta años sacando instantáneas de un país que ha pasado del subdesarrollo a una bonanza de nuevo rico para volverse a despeñar en el abismo de una decadencia penosa. Y cuando le ha tocado a él servir de conejillo de sus propios estudios, envuelto en la deuda que asfixia a tantos millones de paisanos, ha tenido la gallardía de no esconder el fracaso en responsabilidades ajenas y admitir que se dejó fluir en una corriente de optimismo suicida. El homenaje habría en realidad que hacérselo a su honestidad intelectual, a su sinceridad autocrítica: en la España crispada de la corrupción, la antipolítica y el desafecto, debe de ser el único ciudadano que admite sus propios errores sin culpar al Gobierno.