PERDONEN LAS MOLESTIAS
HISTERIA
Chapi Ferrer ya no sirve. Ayer era un héroe y hoy es un tipo que no ha dado una a derechas en su vida. Esto es fútbol. Un deporte histérico
IGNORAMOS si Chapi Ferrer es un buen técnico de fútbol. Ni si ha logrado cuajar un equipo compacto y cohesionado. Desconocemos si tiene la virtud de la empatía con sus jugadores. Si cuenta con su respaldo o es un entrenador aislado que no conecta con el vestuario. De sus relaciones con la directiva no tenemos la menor idea. No nos interesa. Lo que sí sabemos es que hace apenas cuatro meses y medio regresó de Las Palmas vitoreado por la afición y elevado al altar de los galácticos.
Era un fenómeno. Un entrenador sin excesiva trayectoria pero con una capacidad natural para coger equipos desahuciados de Segunda y llevarlos a Primera. Después de 42 años. Que se dice pronto. No hay muchos técnicos preparados para una gesta de esta naturaleza. Chapi Ferrer sí. Era de los elegidos. Como premio, el Córdoba le renovó el contrato con los ojos cerrados. Faltaría más. No se puede dejar escapar a un especialista de la categoría de quien fuera lateral derecho del «dream team». Un «crack» que se metió en el bolsillo cinco títulos de Liga, una Champions y no se sabe cuántos trofeos más.
Chapi Ferrer aterrizó en Córdoba el 2 de febrero de este año. Decimos aterrizó y no es una metáfora. Al menos, no una metáfora pura. Cayó en paracaídas justo en el lugar donde hasta ese preciso instante mandaba Pablo Villa. El fútbol es así. Estás tan tranquilamente trabajando en tu oficina como cada día y, de pronto, llega un señor, te da la mano y te dice que te levantes, que esa silla es suya. Lo de dar la mano sí es una metáfora. Bueno no: es una coña.
Los que sí se dieron la mano fueron el bueno de Chapi y el presidente, Carlos González. La típica foto donde los dos sonríen ante la prensa y se juran amor eterno. No reproducimos aquí las palabras de ternura que se dedicaron por pudor. El caso es que el chico de La Masía era el entrenador idóneo en el momento oportuno. El Córdoba acumulaba una de sus habituales rachas melancólicas y se iba para el fondo del pozo como si tuviera dos peñascos atados a la cintura. Hacía falta un revulsivo, según la nomenclatura convencional del ramo.
El revulsivo era Albert Ferrer. Chapi, en su nombre artístico. Debemos reconocer que cuando escuchamos su fichaje en la radio se nos vino a la cabeza el mítico rondo y el juego de tiralíneas que sedujo al planeta en la era Cruyff. Luego, con el paso de los partidos, se nos echó la realidad encima igual que se cae una cornisa en los días de viento: somos un equipo de Segunda, macho. Punto pelota. Lo que no impidió que fuéramos sumando punto a punto hasta que se nos apareció la Virgen en Las Palmas y pasó lo que usted ya sabe de memoria.
El fútbol es un deporte histérico. Que exhibe sin recato los peores males del mundo desquiciado en que vivimos. Hoy eres un héroe y mañana un tipejo que no ha dado una a derechas en su vida. Aunque ayer hubieras ascendido a Primera División a un equipo y una ciudad que sueñan con ello desde hace la friolera de 42 años. Ignoramos si Chapi Ferrer es un buen técnico de fútbol. Lo ignoramos hoy pero también lo ignorábamos hace cuatro meses. Quien sí parecía estar convencido de su competencia fue el presidente del club y todo el coro de arribistas que hoy han pedido su cabeza sin contemplaciones.
En el circo romano, lo más lamentable no era que el emperador echara a los leones a la chusma para entretener a la plebe y enseñar músculo. Lo peor era contemplar a la muchedumbre cebarse contra aquellos seres inútiles que ya no servían para el espectáculo.