España está enferma de corrupción
Lo que está ocurriendo en nuestro país con el tema de la corrupción es de Libro Guinness de los récords. El último gran escándalo es en el que hay implicados por ahora 50 personas, y una trama de 250 millones de euros, y cuya operación se ha denominado «Púnica», con Francisco Granados y el presidente de la Diputación de León, Marcos Martínez, entre otros imputados y detenidos. Pero si este fuera el único caso, pero es que desde que se instauró la democracia en España, han sido uno tras otro. De norte a sur, de este a oeste, la corrupción nos invade por todos los lados, los ERE en Andalucía, la Gürtel en Madrid y Valencia, la cajas fijas de la comunidad valenciana, en donde por lo que está saliendo a la luz, servían para todo excepto para la finalidad para la que fueron creadas. Las contabilidad en «B» del Partido Popular, en donde ha sido imputado Ángeles Acebes, los cursos de formación, las tarjetas opacas de Caja Madrid y Bankia, los Pujol, y todo un largo rosario de casos de corrupción, que cada día y como norma salpican a uno y otro partido.
Y mientras tanto, el pueblo soberano asiste atónito a los excesos de una fiesta a la cual no fue nunca invitado, y cuya factura supera ya el billón de euros. Porque aquí se ha dilapidado el dinero de todos de una forma ruin y escandalosa. Y el problema es que mientras no echemos a todo este hatajo de vividores y ladrones, y no haya una regeneración profunda y tajante, el problema va a seguir. España está enferma de corrupción, y mientras no haya un cirujano que tenga la valentía de abrir al paciente y extirpar el cáncer que le esta consumiendo, se corre el peligro de metástasis.
Porque lo que está muy claro es que los españoles, cada vez menos, creemos en esta casta política, que se han creído que España es su cortijo. Y están muy equivocados, tanto que en las próximas elecciones que están a la vuelta de la esquina, se van a llevar una muy desagradable sorpresa. Y si no le ponen remedio y pronto, se lo pondremos nosotros, ya que al fin y al cabo, somos los que realmente mandamos.