UNA RAYA EN EL AGUA

LA GENERALA

IGNACIO CAMACHO

A Susana Díaz le gusta desplegar, en un Madrid en vilo por el auge de Podemos, su perfil de candidata de recambio

MUCHO más dotada para la política que para el gobierno, Susana Díaz debe su buena reputación a su habilidad de decir en cada sitio lo que el auditorio desea oír. Por eso suele tener buena acogida en Madrid, donde puede desplegar un discurso institucionalista sin exponerse al contraste con su escaso, casi nulo, bagaje de gestión. La presidenta andaluza exhibe en la capital su perfil preferido de candidata de recambio, en el que corre el riesgo de eternizarse por falta de audacia para haberse enfrentado a Madina y Pedro Sánchez. Se desenvuelve con aplomo y un eco felipista en el pragmatismo socialdemócrata y en la prosodia sevillana, aunque su verdadero mensaje no esté tanto en sus palabras como en su propia presencia: una especie de sombra vigilante proyectada sobre el titubeante liderazgo del PSOE. Una figura de la plantilla que de vez en cuando salta a dejarse ver calentando por la banda.

Ayer, en un hotel de la Castellana y mientras Sánchez se fajaba en las Cortes con el presidente del Gobierno, Susana se puso para desayunar en un abarrotado salón el vestido que más le gusta, el de la responsabilidad de Estado. Sentada como está sobre un volcán de corrupción en el que se le achicharran decenas de imputados –Chaves la escuchaba en la primera fila– se manejó como si no sintiese el calor ni la radiactividad del cráter y hasta se permitió desdeñar las disculpas de Rajoy para reivindicar la regeneración moral que se le ha enquistado en una Andalucía saturada de escándalos. Con la atmósfera política recalentada por la filtración del avance de Podemos en la encuesta del CIS, cargó contra el partido de Pablo Iglesias como hasta ahora nadie lo ha hecho en la izquierda… ni en la derecha. Con el enemigo ad portas se reivindicó como abanderada de la resistencia del sistema, como la última generala de Roma plantando cara a los bárbaros en las murallas de la urbe.

En ese ambiente en vilo Díaz fue escuchada con la atención complaciente que no ha logrado aún suscitar Sánchez, al que no le regaló un elogio. Es más: lo ninguneó con displicencia deliberada, glacial, y un cierto recelo admonitorio. Se refería a su partido en abstracto, como si tuviese la dirección vacante; en todo momento procuró que se notase que en cuestión de jefatura no está dicha la última palabra. Oyéndola hablar con familiar gravedad de cuestiones de Estado nadie dudó que había ido a presentar una alternativa in pectore: a Rajoy, a Iglesias y a su propio secretario general, al que se limitó, y sólo cuando le preguntaron, a desear «que le vaya bien». En la trastienda del socialismo se habla de pulso por el liderazgo y la estrategia, y de serias desavenencias internas por el tratamiento de la corrupción. Y algunos de los no muchos sanchistas presentes salieron asombrados de oírla formular imperativas recetas de limpieza ética como si no existieran los ERE para aplicarlas.

LA GENERALA

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