CAMBIO DE GUARDIA

DOS SEMANAS

GABRIEL ALBIAC

¿Con qué verdadera división de poderes Mas y sus predecesores en la plaza de San Jaime no estarían en presidio?

NO sé si es desaliento o si es sólo fatiga esto que, cada día más, nos va asfixiando. O puede que sea asco, da lo mismo. Pero el 9 de noviembre está a sólo dos semanas. Y puede que alguien sepa qué pasará ese día. Puede. Pero el ciudadano, no. Al ciudadano nadie le ha explicado aún de forma clara –y faltan dos semanas– qué hará el Estado el día en que un alto funcionario asuma la responsabilidad histórica de consumar una sedición escénica que la Constitución veta. Cansa girar así, siempre en torno a las mismas cosas. Y no saber si aquellos a quienes la ley hace responsables de hacer respetar las leyes van a poner en marcha la máquina constrictiva que existe para esto: preservar la soberanía ciudadana. En todo el territorio de la nación. Con medios proporcionados.

Es una payasada, eso que ha convocado don Arturo Mas. Sin convocarlo siquiera, porque don Arturo no está forjado en una pasta de héroe precisamente. Y el miedo a la inhabilitación o tal vez la cárcel pesa en él más fuerte que la estampa heroica de quedar en la historia como mártir. El señor Mas ha delegado el martirio sobre los ínfimos funcionarios que habrán de cargar con las responsabilidades y los costes –administrativos y penales– de poner urnas de pega en instituciones sin mandato para ello. Ningún papel firmará don Arturo. Y cuando su infantil Titanic se lleve a todos a pique, él volará ya muy lejos del agua helada.

Se debe un respeto a los iluminados que mueren en combate al frente de los suyos: perecer el primero pone un acento épico incluso a la locura. Hacer que quienes en uno creen paguen la gloria propia es la indignidad que nunca puede ser perdonada. Bien, ya estamos en el callejón sin salida. ¿De qué sirvió negarlo y llamar apocalípticos a quienes dijimos, desde el inicio, que todo acabaría en esta locura? Hay que cortarla. Ahora. Ya que no se cortó cuando aún el coste hubiera podido ser ligero. A ver, llámenme ahora apocalíptico. Y sigan esperando. Y, sin embargo, podría ser una redención este abismo del cual estamos sólo a dos semanas. Si supiéramos aún reaccionar. Redención de aquella arrogancia en la cual nos instalamos tras el fin del franquismo. Empeñados en fingir que habíamos inventado el mundo. Y la democracia. Y que éramos más modernos que nadie.

¿Democracia? Democracia es, en lo más estricto, división de poderes. ¿Con qué verdadera división de poderes Mas y sus predecesores en la plaza de San Jaime no estarían en presidio?

¿Modernidad? La modernidad nace con el Estado nación en el último decenio del siglo XVIII. Aquí, ¿qué es lo que hemos visto inventar en política desde 1975? Nacionalismos provincianos, foralismos carísimos, añoranzas proteccionistas en las cuales no hay lugar para ajustar una Hacienda Pública clara. Todo es rancio: en lo financiero como en lo político. Todo, anacrónico Ancien Régime. Lo llamamos nacionalismo, pero es medievalismo carlista. Un viejo mundo polvoriento y cómico.

No se negocia con eso. O rompemos con él o él nos romperá a nosotros.

DOS SEMANAS

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